Halloween

Sabemos que el origen de la celebración de Halloween es milenario. Tras el primitivo mundo cristiano, fue interpretada por la tradición gaélica de Irlanda y Escocia, y llevada después a los EE. UU. Los americanos, que todo lo convierten en industria, añadieron el infantilismo necesario para que Halloween pudiera exportarse a países tan vacíos como el suyo, es decir, a todo occidente. Quizá España sea el país que más ha roto con su tradición popular para adoptar esta atracción de parque temático. Aquí llegó más o menos con el nuevo siglo, una época en que aún no sabíamos lo que nos esperaba, y en la que el musical “El rey león” era sólo una amenaza. Fueron los niños de entonces los que convirtieron las visitas a los cementerios en los disfraces de los malvados que veían en las películas: Michael Myers, Jason Voorhees, Fredy Krueger… El cine estadounidense ya hizo versiones para tontainas de obras europeas tan reseñables como Frankenstein, Drácula o La momia, es decir, versiones que ignoraban, o directamente despreciaban, el desarrollo de las obras literarias y lo que éstas revelaban del hombre. Ahora, los motivos que nos producen terror son los que pueden comprarse pagando una entrada para el cine o gastando en un traje de carnaval, que es mucho más que lo que gastaríamos en un libro. Todo es de cartón piedra, pero a los adultos nos gusta sentir los mismos miedos que sentíamos de adolescentes, de esa forma nos olvidamos del que nos produce la tarjeta de crédito, o un simple telediario.

            Halloween es, por tanto, un deseo urgente de alejarnos del verdadero terror infantilizándolo. Cuando George A. Romero y Darío Argento inventaron los muertos vivientes fue para que los cementerios nos produjeran risa, pese a lo cual no podemos evitar, cada 31 de octubre, sentir un miedo cinematográfico ante un simple muerto que quiere comernos, sin caer en que también lo hacen los CEOs del Ibex35, o el fondo de inversión que te alquila un bujío. Todo en Halloween es comercial, pero como todo en nuestra vida lo es también, hemos concedido a Halloween la capacidad de formar parte de nuestra sensibilidad y nuestras circunstancias. De hecho, el mundo entero, en la época que vivimos, es una pura noche de Halloween, de Walpurgis, o de Todos los Santos en la que no es Don Juan Tenorio quien seduce a doña Inés y mata a don Gonzalo, sino Pennywise, el payaso de It.

            Halloween lo celebran, sobre todo, las tiendas, que es donde se forjan ahora los éxtasis. El miedo es ya un género cinematográfico y carnavalesco, o sea que hay que comprarlo. Es artificial, excepto cuando te desahucian o ves que 50 euros sólo te llegan para comer día y medio. Esos otros terrores salen en los periódicos, se comentan como si fueran anécdotas o historias que les ocurren a otros. La profundidad con que se viven las realidades terroríficas forma parte de la clase social a que pertenezcamos, así que lo mejor, si queremos librarnos del verdadero terror, es ver cómo monstruos contrahechos persiguen a adolescentes americanos, a pesar del dinero que tienen. También ellos, para los que la vida no es una enfermedad crónica, mueren como todos los demás. Halloween debería desmitificarse, pues lo normal ahora es volver con nuestros colmillos de plástico, cuando acaba la noche mágica, a un ataúd por el que pagamos 900 euros al mes.

Publicado en el diario HOY el 1 de noviembre de 2025

2 comentarios sobre “Halloween

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  1. Me voy a quedar en la superficie de tu análisis de Halloween, a cota de periscopio. No sólo es esta invasión de niños y mayores caracterizados de seres aterradores, con mayor o menor éxito, sino el abandono al ostracismo de nuestras tradiciones, las que nuestros padres intentaron tatuar en nuestra conciencia (como les hicieron sus padres a ellos y a aquellos sus respectivos y así hasta el infinito y más allá). Sacrificamos nuestros belenes por las figuras de ese gordo de rojo, que al principio fue verde, como reclamo publicitario de Coca-Cola; arrojamos al monte Taigeto la chaquetía, mientras subimos a los altares ese vaciado de calabazas; nos importa un huevo el precio de disfraces y su atrezzo (que también han subido de precio, cómo no) pero nos escandalizamos cuando, al iniciarse el curso académico, vamos adquirir los libros de texto (lo de los gastos colaterales lo dejamos por ahora); nos vestimos de verde en san Patricio que, en realidad, nos importa otro huevo… Y suma y sigue. Nos sorprendíamos de los japoneses que todo lo fotografiaban para después copiarlo y no nos reconocemos viendo naufragar partes de nuestra cultura. ¿Empezó todo cuando en el cine aplaudíamos como locos al ver llegar al 7° de Caballería para darle su merecido a esos indios malencarados? Poco a poco hemos ido llevando al ara de sacrificios lo nuestro, adoptando nuevos dioses. No tenemos remedio ¿o sí?

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