Progresar hasta el colapso

Por fin sabemos en qué consiste el progreso. No podemos escribirlo con mayúscula, porque sería tendencioso, pero el siglo que iba a suponer la culminación de la civilización que el hombre inventó en Altamira, el XXI, nos ha traído a un inmenso vertedero. Algo ha fallado, y puede que ni Montoro, ni su alumno hiperactivo, Trump, tengan la culpa. Todo iba a ser una línea recta que nos llevara a la exploración del universo (a cuyos misterios sólo se han acercado Neil Armstrong y Ridley Scott), pero aquí estamos: deseando ser infelices millonarios y colonizando África con inmensos cargueros llenos de basura. El mundo a nuestra imagen y semejanza: una política a martillazos, el placer como medida de todas las cosas y una necesidad inherente, desde la pila bautismal, de invadir, matar y estafar, aunque sólo sea a los que no pueden plantarnos cara. En el pasado fuimos capaces de montar grandes movimientos revolucionarios, como aquel que en Francia cambió un dictador por otro. Cambios sin importancia, porque el hombre, colectivamente, está impedido para lo importante. Ahora, lo único que podría unirnos es la mediocridad. Las protestas ya no tienen sentido. No caben en nuestras cabezas. Somos cada vez más pequeños, ignorantes, débiles y depravados. Menos mal que podemos refugiarnos en la enfermedad mental, que ha pasado a ser social. Antes ambicionábamos vivir dignamente, ahora han hecho que nos conformemos con Amazon y Cruzcampo.

            Los adinerados y los sin hogar, los Morlocks y los Eloi, los Alfas y los Épsilon, los recaudadores y los contribuyentes: ese es nuestro esquema de vida. Adoramos a los primeros y despreciamos a los segundos. A medida que pasan los años la política, la economía, la moral, la religión nos separan aún más a unos de otros. Las estrellas siguen esperando en el cielo, o en el tubo del CERN, lleno de los electroimanes que necesitaríamos para mirar las cosas como son, pero hemos perdido la aspiración de llegar a ellas, igual que las ganas de ser felices. La felicidad sólo es una sombra de aquello para lo que nacimos. Antes, curiosamente, parecía más accesible. Ahora es un camino en el que hay que dar demasiados pasos. En 30 años, el sueldo de la gente normal ha aumentado un 2’7%, según un informe que parece increíble. Eso sí: en nuestra capacidad para resignarnos el progreso ha sido fulgurante. Vamos a morir completamente resignados, y esa resignación gozará de cuidados paliativos. El problema consiste en que si nacieran hombres que nos dijesen lo que tenemos que ver, como antes los hubo -Galileo, Giordano Bruno, Cervantes, Defoe, Einstein- ya no les haríamos caso. Lo grande ha dejado de importar. Sólo nos queda la política y los memes.

            Aquello que dijo DeLillo en Submundo -que el gran problema de la civilización sería la basura- está convirtiéndose en otro gran logro: ocultarla. La desmemoria, o la ceguera que padecemos, y que hace que seamos incapaces de ver que no vamos a legar nada a los que vienen detrás, sólo está justificada por el hecho de que quizá los que vengan detrás no sean nuestros hijos. Quizá sean los de otros. Si es así, los enormes acantilados de escombros que estamos levantando únicamente necesitarán un par de manos de pintura. Lo justo para que nadie tenga que cambiar de canal.

Publicado en el diario HOY el 26 de julio de 2025

Un comentario sobre “Progresar hasta el colapso

Agrega el tuyo

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑