Mainstream

Si esta nada hipermoderna que vivimos pudiera definirse con un rasgo, este sería que el individuo sólo significa algo cuando tiene poder. Cuando están abajo, las personas no significan nada, ni para los de arriba, ni como componentes supuestamente decisivos de la falsa democracia que nos acuna. Al que está abajo se le utiliza, nunca se le valora, ni se le tiene en cuenta. Putin y Trump son muy importantes. Sus elecciones son sólo aparentes, porque en realidad el sistema político y social en que vivimos nunca ha sido eficaz, ni ha servido para impartir justicia. Los políticos están ahí, a pesar de que originan muchos más problemas que los que resuelven. El votante, desde hace treinta años, ejerce su derecho por desesperación. Tener esto presente es la única forma de explicar lo que pasa en el mundo. El individuo, es decir, el pensamiento, no tiene armas ni ganas para intentar cambiar este nuevo estado de conciencia. Más aún: ahora la política está aplicando las técnicas de la publicidad. El que vota compra un producto, no reivindica derechos, y hasta ha renunciado a buscar su propio lugar.

            Buena muestra de lo que le ocurre a esa individualidad que hemos resignado, que antes estuvo representada por la literatura, por el arte, es la existencia siempre impuesta de mainstreams. Somos más nosotros mismos si nos adherimos a otros, no si nos separamos de ellos. Cada vez resulta más difícil encontrar una posición en la que uno pueda decir: pienso esto, y voy a expresarlo libremente. Las corrientes de pensamiento están tan diseñadas que siempre son corrientes de pensamiento de otros, nunca nuestras. Se inventan y formulan en lugares en los que ni siquiera hay individuos. Tendencias, corrientes de opinión, posiciones políticas, directrices woke, publicidad corporativa… todo forma parte de una estrategia que coarta la libertad de opinar lo que uno opina en realidad. Volvemos, poco a poco, a la conciencia que quemó a Giordano Bruno, o que hizo cantar la palinodia a Galileo, y volvemos de una forma paulatina e inadvertida.

            Todo está prefabricado. Las llamadas mainstreams son avasalladoras y totalitarias. Lo ocupan todo: periódicos, libros, política, temas de conversación, tiempo de ocio. Las mismas caras en todas partes, las mismas modelos, los mismos cantantes y actores, los mismos términos de opinión, normalmente contrapuestos. Son esquemas que tienen siempre algo en común: nadie que haya leído más de diez buenos libros podrá sentirse identificado con ellos. La dictadura de la mayoría, una mayoría creada a la luz de los rayos algorítmicos, por supuesto, de la torre del Dr. Frankenstein. Poco a poco, nos damos cuenta de que existe una relación directa entre la falta de libertad impuesta a las posiciones personales y el proceso previo de idiotización a que la sociedad está siendo sometida desde hace mucho tiempo. De aquí en adelante, para esto servirá la IA. Hace decenios, las protestas se combatían con la policía, pero ello dejaba, ante la opinión pública, algo que acusaba al poder político. Ahora se combaten con la opinión mayoritaria. El que protesta sale fuera del contrato social y, poco a poco, esos márgenes se harán más estrechos y terminarán desapareciendo con las muertes de aquellos que siguen creyendo que Wilde, o Nietzsche, o Ambrose Bierce eran grandes genios, pese a que no ocuparon posiciones importantes en el poder social. Cuando mueran los que los han leído, sólo nos quedará el reggaetón, los reality shows y el best-seller, en todas sus infinitas tendencias y facetas. Y nadie notará su propia minusvalía.

3 comentarios sobre “Mainstream

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  1. Esto ocurre en cualquier época. El tema es que las voces que aparecen en disidencia no son oídas ni tenidas en cuenta entre tanto barullo. Nos crean la dependencia y después nos van arriando con todas las técnicas bien estudiadas en psicología de masas. En definitiva, el hombre es un animal gregario y quien alcance cierta cuota de independencia mental debe asumir su soledad.

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    1. Cierto, Leo, pero ese gregarismo está demasiado programado y aceptado. La culpa es nuestra. Es verdad que ocurre en cualquier época. Lo que me decepciona es que cada vez es más simple y más barato influir en gente en cuya educación, supuestamente, tanto se invierte

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      1. Entiendo la decepción que te causa. Es lamentable. Me parece que uno, desde su modesto espacio, le tendría que ofrecer algo mejor, aunque a veces caemos en la crítica.
        Tal vez unas cuantas cosas, como buenos libros, están pensados para unos pocos que son los que lo pueden llegar a saber apreciar ( aquello de no darle margaritas a los chanchos ).

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