Estaban entre nosotros

Desde La guerra de los mundos sabíamos que los alienígenas eran una amenaza. Podían invadirnos u observarnos a distancia, como un ojo al final de un microscopio. Los humanos siempre hemos estado entre los dos cristales de un portamuestras, y ellos han podido sondear durante años la profundidad de nuestra naturaleza, o decidir nuestra evolución. El hombre sólo ha expresado el miedo a esa amenaza a través de la novela de ciencia-ficción, pero las evidencias no son tan imaginativas, ni estaban tan lejos. Tampoco necesitan argumentos descabellados ni coeficientes intelectuales que rocen el del inventor de la rueda. Las sospechas se han convertido en realidad. Los alienígenas estaban entre nosotros, y ahora se proponen volver al espacio, no ya como alienígenas, sino como oriundos, naturales, gente de aquí, aunque con bastantes delirios de grandeza: adinerados con boina, paletos que han sabido meter en cuentas corrientes lo que hicieron Copérnico, Galileo, Kepler, Newton y Einstein. En efecto, han construido sus cohetes con piezas de los Tesla y quincalla de Amazon, y van a llenar el espacio con la basura menos reciclable que existe: la basura espacial.

            Musk aparece junto a Trump como el monolito de Kubrick, y Bezos ha tenido que aplazar el lanzamiento de su cohete de cien metros de longitud, y un empuje de cuarenta y cinco toneladas, porque un tipo sin teléfono móvil como Eolo no se lo permite. Además, Nokia lo tiene todo preparado para colocar una wifi en la Luna, y ya sabemos que si existe allí wifi muy pronto llegarán las influencers y sus pensamientos inabarcables como horizontes. Musk amenaza con ser el primero en llegar a Marte, para privatizarlo. Y Bezos muy pronto construirá en torno a la Tierra enormes tanques de aspiración para que tengamos que pagar por el oxígeno. Además, nos lo dará contaminado. Quien lo quiera puro, que pague con el dinero aún no acuñado que merece la pureza. En efecto, había gente de otra naturaleza, había alienígenas entre nosotros. Eran los plutócratas, armados con una moral intranscendente y unas ansias parecidas a las de un virus, es decir, virales.

            Por fin vuelven a casa. No necesitan llamar a sus consanguíneos para invadirnos. Ellos son la invasión, y han tenido éxito. Nos han conquistado. Todos queremos ser como ellos, sobre todo los políticos, sus ultracuerpos. Vuelven al espacio para cosechar beneficios en toda la galaxia. Exportan la ley de la selva y su imperio del todo da igual, todo es irrevocable e inamovible. Llevan al espacio el derecho natural bajo la forma de una especie, la humana, que tuvo a la cultura como su mayor posesión. Ahora la cultura vale dinero, igual que los principios. A partir de este momento, el pensamiento revolucionario habrá que tomarlo en fumaderos. Felicidad y alucinación. Triunfan los tipos que siempre han estado ahí, escondidos como los personajes más reprobables en la novela. Ahora son los buenos. Menos mal que ya no se lee, sólo se consumen repeticiones. El mundo es un atrezzo. Musk y Bezos presumen de ir al espacio porque tienen el dinero suficiente para ir donde nadie más puede. Trump restringirá el presupuesto de la NASA para impedir que el jodido gobierno intervencionista se crea alguien. Cierto que la ciencia-ficción previó esta situación cuando Clarke puso aquel cartel de Compre Júpiter. Pronto la Luna y Marte serán propiedades privadas. Nadie podrá evitar que los millonetis sean los únicos que puedan defecar allí.

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