El placer de no saber

El terraplanismo está consiguiendo cotas bastante inmoderadas de prestigio social y, más aún, de prestigio político. Ahora, no saber nada, no escuchar a la ciencia, no tener oídos para absolutamente ningún argumento de autoridad está de moda. He estado leyendo, con mucho interés, el libro de Daniel Innerarity –La sociedad del desconocimiento-, y hay conclusiones que me desconciertan. Todas son evidentes y, él mismo lo dice, tienen que ver con el relativismo tribal que marca nuestras incursiones en eso que se ha llamado cultura. El autor echa la culpa de la tendencia actual a ir contra la intermediación, en casi todos los procesos. No aceptamos intermediarios, sean científicos, políticos, humanistas. ¿Por qué vamos a oír a gente a la que no comprendemos, y además nos habla de cosas que no nos interesan? Dice Innerarity que la intermediaria más cercana es la clase política. Cierto que la clase política ha perdido el prestigio por sí misma. Aparte eso, nadie cree en ella. Preferimos que nos unan elementos sin base, creencias, afirmaciones -falsas o no- personales, igual que a la clase política la une un argumentario a menudo sin conexiones con la realidad.

            La mayoría de nuestros coetáneos empieza a preferir no saber. Ars longa, vita brevis. El saber es una inversión demasiado a largo plazo, igual que la ciencia o la literatura, o las visiones globales sobre la sociedad o sobre la vida. El saber humanístico está resultando demasiado caro para la cantidad de ocio que hemos de sacrificar para poseerlo. El resultado es el terraplanismo. Las creencias adquieren más peso que las demostraciones objetivas. Son un sustitutivo de la religión, y son tan válidas porque son mías. Punto. Prefiero mis equivocaciones a una verdad que han vertido otros sobre los libros de texto que he estudiado, y que no entiendo. Quizá la justificación de todo esto esté en el hecho de que hemos perdido lo que éramos, en una época en que lo que más vale es la privatización, a todos los niveles, incluso el de los prejuicios. El saber, la ciencia nos ha quitado todo de las manos. Somos ignorantes porque nuestra incapacidad, elegida, nos ha desposeído.

            Saber ha dejado de ser una ventaja, así que la ignorancia se ha convertido en un placer, no en un despropósito. En los tiempos que corren, la ignorancia es lo único que somos capaces de compartir. Para eso están el universo digital y las redes sociales. Cualquier disciplina, cualquier proceso de profundización nos arrebata el carpe diem. El estudio, sobre todo el no especializado, nos convierte en anacrónicos, o pasados de moda. Desde aquellos primeros libros de Lipovetsky, sobre la evolución de la subjetividad contemporánea, todo se ha montado para producir ese efecto. ¿Creéis que ha sido casual? En absoluto. En mitad del corredor caótico y oscuro por el que nos precipitamos, donde sufrimos esta presión que parece patológica, en lugar de instrumental, todo ha sido diseñado para que sólo se abra la puerta de la imbecilidad, y hacia ella vamos como sociedad. Hace años, la gente encontraba en las drogas una escapatoria. Es más barata, y más endémica, la estupidez. La estupidez es el único delito que la policía no tiene que perseguir, ni los jueces juzgar. 

Un comentario sobre “El placer de no saber

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  1. Tenés una capacidad descriptiva y de análisis superlativa. Te diría que ante tal oscuro panorama, cueles entre tus líneas alguna pequeña vía de escape, contemplación o atisbo de felicidad o lucha ante la estulticia, para tus lectores si está en tus posibilidades a la hora de escribir.
    Un abrazo.

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