Lo de las redes sociales es bastante deprimente. Hay un chiste tétrico en que una mujer dice: “Fui a Roma y se me olvidó el móvil. Vamos, ¡que he ido para nada!”. Antes leíamos un libro, íbamos al cine, hasta la masturbación era solitaria. Ahora la única forma de pasárselo bien es mostrar lo bien que lo estás pasando. No eres feliz si no lo muestras. Mostrar, no compartir. Compartir es otra cosa: es dar sentido, contenido a lo que has hecho. Es narrarlo, para que quien te escucha te responda y participe en lo que dices. No. No se trata de eso. Si muestras dónde estás -y por un azar no te caes del acantilado en el que te haces la foto- es para provocar una envidia tan vacía como lo que la propia foto comunica. Cuando he ido al Louvre, y no he podido ver la Mona Lisa no por la gente que estaba contemplándola, sino fotografiándola, me ha parecido que la cultura hace tiempo que no tiene sentido. Benjamin dijo que el hombre está preparándose para vivir sin cultura. Creo que tenía razón. El ocio va a sustituirla. ¿Pero qué clase de ocio? Seguramente un ocio consistente en un laberinto de cristal, como el que atraviesan las ratas buscando el trozo de queso, después de tres días sin comer. Un ocio como parque temático donde puedas hacerte las fotos que, exactamente, todo el mundo se hace. Un ocio turístico, intranscendente, que produce cansancio y vacío. Un ocio que se convertirá en totalitario, que nos traerá y nos llevará, del que no podremos escaparnos. Un ocio con estribillos repetidos a perpetuidad, que tendremos que difundir en las redes para probar que tenemos personalidad, crédito, que somos autosuficientes. Que no estamos muertos. Un ocio consistente en el estereotipo, en lo que nos une a los demás, no en lo que nos hace diferentes.
Ya no voy al cine. Las mismas diez películas en todos los cines de España. La industria nos muestra las más insustanciales, porque sabe que mostrar es educar. Lo que se muestra, lo que todos mostramos, es un tipo de cansancio que hunde sus raíces en la rutina, pero no en la rutina del mirto que crece en el bosque, sino una rutina de maceta pequeña, una rutina sin deseos de libertad. Aquel hombre alienado del que hablaba Marx, que sólo poseía sus brazos, se ha convertido en el hombre que sólo posee su ocio, un ocio que arrastra como una cruz y que enseña como un exhibicionista. Poco a poco, a lo largo de los últimos tres decenios, el verdadero lujo es el silencio, el aislamiento, la buena literatura, el buen cine, lo que no puede mostrarse, lo que guardamos para nosotros y disfrutamos en soledad, o con gente que participa, no sólo que mira. Qué aburrido se está volviendo divertirse.
Amén.
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