Mirando la trayectoria de nuestra democracia, da la impresión de que las mayorías siempre se han equivocado. Quizá por eso los partidos que gobiernan nunca saben establecer un sistema donde podamos olvidar los problemas subyacentes. Aquí siempre nos azotan los problemas subyacentes, es decir, aquellos que nunca se solucionan, y son invisibles para la política. Hay un elemento que define nuestra política desde el comienzo de la democracia: el parche. Se aprueban leyes destinadas a que ignoremos los problemas que esas leyes no van a abordar. Como no existe un equilibrio real de poderes, los fácticos son los que arriman siempre la brasa a su sardina, los que impiden que en realidad se ponga en marcha una política. Hagas lo que hagas, te vas a equivocar, me decía mi padre, pero no era un comentario referido a ninguna decisión concreta, sino al ser humano en general. Es lo que hacen las mayorías de este país, y es la democracia -basada siempre en la incapacidad de esas mayorías para verse representadas en el Parlamento- la que crea los túneles que las llevan hacia la equivocación. El sistema está perfectamente definido: se vota cada cuatro años, pero en realidad la democracia no debería legitimarse únicamente así. El control al poder nunca se realiza, y los debates sobre el estado de la nación son extrañas representaciones de guiñol entre las que deberíamos incluir el golpe de estado del 23F.
Seguimos sin pertenecer realmente a Europa. En Europa Lutero y Enrique VIII iniciaron guerras de religión contra el nacionalcatolicismo, Cromwell combatió la monarquía absoluta para instaurar un sistema parlamentario y Alemania creó, después de la II Guerra Mundial, una socialdemocracia de partidos opuestos que a menudo se unen para formar coaliciones que hagan posible la gobernabilidad. Aquí jamás. Nada de esto ha pasado a lo largo de toda nuestra historia. Despertamos nuestra percepción de la realidad cuando vamos a votar en cada referéndum, y después nos echarnos a dormir, incluso si el partido que hemos elegido sólo está ahí para oponerse al que no hemos elegido. Hay que pensar, por tanto, que las mayorías, siempre equivocadas, son el indicativo de que jamás podrá llevarse a cabo una política, en España, que afronte lo que preocupa: la educación, la vivienda, el paro, el nacionalcatolicismo y el hecho de que jamás se diga la verdad en los telediarios. Pronto vendrá la IA y escribirá un bulo sobre cada uno de nosotros, que nos pondrá una careta con la que no podremos ya escapar al carnaval en las redes sociales.
¿Cuál es la solución? Sólo hay una, y siempre es la misma: habilitar una educación en la que cada cual pueda conseguir su propia voz. Pasar esa voz por el túnel de la cultura y que ese túnel le sirva de megáfono, aunque sea a costa de leer a Ortega. No votar lo que nos dicen, desoír eslóganes y no permitir que ciertos hombres lleguen a la política. Puede que nos engañen, pero sólo una vez. No seamos reservistas de la ignorancia, sólo así el panem et circenses no constituirá la culminación de nuestras aspiraciones. Debería ser la población la que creara a sus políticos, y no al contrario. ¿O quizá es así como ocurre? No me atrevo a imaginar utopías, por no quedar atrapado en ninguna de ellas. La gente que nos gobierna, y me refiero a todos los que ocupan el Parlamento, parecen aquellos ciegos y desnortados Uruk-hai creados por Saruman, capaces de correr descalzos enormes distancias sólo con una orden en la cabeza. Esas son las mayorías de este país, por desgracia. Aunque, pensándolo bien, quizá también se equivoquen las minorías.
Magnífica reflexión. 👌
Gracias DJ LOWRY 🙏
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