Hace años los viajantes de relojería llevaban un muestrario con todos los relojes que presentaban al joyero. Iban envueltos en una arpilleraforrada de terciopelo que el viajante enseñaba, porque antes todo se mostraba. Mostrar era algo sobreentendido, porque la verdad aparecía siempre en la muestra. Ahora vivimos una época en que la transparencia sirve para esconder. Se ha vuelto de mal gusto no sólo mostrar, sino declarar lo que uno oculta. Parece un cambio de actitud, pero sólo es impotencia. Uno de los ejemplos más cercanos de lo que digo es el enorme muestrario de gente solitaria que no lo dice, y como no lo dice no existe. El solitario es una persona que los medios de comunicación, la familia, el éxito y el fracaso mantienen en una burbuja. Las residencias de ancianos, los hogares, los parques, los casinos, las iglesias y el Ministerio de Seguridad Social son muestrarios de mujeres y hombres que están solos, como el cometa Halley. Vivimos una época donde todo son conexiones, pero estamos más solos que nunca. Los medios que usamos para estar en contacto nos han distanciado -no les parece irónico?-, así que asistimos a un nuevo tipo de soledad: aquella para la que la cercanía, o el contacto es inútil. Mucha gente vive en este nuevo Molokai. El solitario es un enfermo incurable y crónico, un leproso. No puede escapar de ese estado, porque ya no posee los cuatro sentidos que no miran una pantalla.
Muy a menudo leemos la noticia de que alguien ha muerto solo en su casa, y lo encuentran al cabo de días o de meses. Son muertes solitarias de gente que ni siquiera ha metido un mensaje en una botella. No lo necesita: sabe que es inútil. Nos aguardan tiempos sin esperanza, en los que se muere viendo “La isla de las tentaciones” en la televisión, o escuchando publicidad, o recordando una felicidad remota que viene a servirnos de cuidado paliativo. La soledad se ha convertido en una condición, en una clase social. Nos define, igual que sus dos electrones al átomo de helio. Antes se decía que la muerte es el único momento de soledad por el que tendremos que pasar. Ahora es una acumulación de multitudes y desconciertos, el momento en que, para muchos, desembocan todas las fiestas a las que se va por obligación y todos los libros estúpidos que te han regalado a lo largo de los años. Un momento que no es transcendental, sólo el final de una rutina de la que, por fin, nos desprendemos.
Las redes sociales ya no permiten que los usuarios mueran. Nadie se lo cree, y siguen mandándole mensajes al que ya no existe, aunque Instagram sea un gigantesco camposanto de gente que no cree en la muerte. Está mal vista, igual que la duda, o la pena. Nadie la considera, nadie es capaz de afrontar un momento tan inexpresable, que además no puede fotografiarse. Ante la soledad ocurre lo mismo: se guarda silencio, porque guardar silencio es la especialidad de todo el mundo. La soledad se ha convertido en el espejo de lo que no hemos podido alcanzar, ni el triunfo ni el fracaso. La soledad no tiene posteridad, no deja recuerdos, así que estar solo es como tomar un ansiolítico. No hay nada que explicar, no hay obligaciones ni fingimientos. Los amigos son los únicos que nos compadecen, aunque el Black Friday esté al caer.
Publicado en el diario HOY el 22 de noviembre de 2025
¿Pero qué podemos hacer DJ LOWRY…?
¿Qué coño se puede hacer ahora, que no parezca ideológico sesgado arbitrario o mendaz…?
Gracias 🤜🤛
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