Eterna guerra civil

El español es un ser contradictorio. El primero que se dio cuenta de eso, antes de perder toda esperanza, fue Machado: “Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. La polarización que suponen esos dos moldes vacíos que constituyen las ideologías, y que arrastramos como Sísifos, indica que, en efecto, somos incapaces de superar el resultado de la guerra civil. Ganaron los fascistas, pero el problema consiste en que las ideas de la República, que debían haber resurgido en 1982, también han fracasado. Quizá en España lo consuetudinario, lo constitutivo sea el fracaso. Nuestra forma de ser no se sobrepone a nuestros errores, a la maltrecha sinrazón que nos define. No lo merecemos, porque el español es, en el fondo, bueno. Se agarra a su tabla y espera que las revoluciones las hagan otros. Se prosterna ante sus políticos y hasta los comprende, como si formaran parte de una solución imaginaria. Construye sus barricadas en casa, no en la calle. Pierde casi siempre, pero arropado por una derrota generalizada que hay que compartir, que nos compone, igual que el hidrógeno compone a las estrellas.

            La situación política actual, una vez más, recupera la cuestión de quiénes son de un signo y quiénes de otro. Hace días, un tipo sin biografía visitó la universidad Autónoma de Barcelona, y los grupos antifascistas le concedieron lo que no tenía: importancia. En Extremadura, partidos que, como coalición, casi parecen complementarios, derogan la ley de Memoria histórica, impidiendo algo que debería ser un imperativo: sacar definitivamente a los masacrados en la guerra civil de las cunetas donde yacen. Es la única forma de olvidar, o de reconciliarse, pero resulta que hay que gobernar con la posverdad. No sólo se impiden esas exhumaciones, sino que ese impedimento se lleva a la política del día a día. España vuelve a comportarse como si acabaran de matar a Calvo Sotelo, como si las ciudades fueran una mezcla de corte y checa. No hemos aprendido nada. Seguimos poniendo nuestra fe -lo aprendido, lo heredado- por encima de lo que pensamos, cuando la envidia y la televisión nos dejan pensar. Repetimos los mismos odios y rencores, por eso no habrá ley de Memoria histórica, ni ley de Concordia que nos muestren la historia con el cansancio que deberíamos sentir.

            La propia existencia de Vox es una aberración, pero también una consecuencia del modo en que la izquierda ha despreciado a la socialdemocracia y ha impuesto un progreso incomprensible. La política no nos deja otro camino que despreciar a los que ocupan el poder. Ahora es la juventud la que nutre a la ultraderecha. Habría que analizar este fenómeno, que desvirtúa la búsqueda de cualquier horizonte, a menos que los horizontes hayan dejado de existir. Quizá se trate de eso. Nos siguen seduciendo los bandos de la guerra civil porque nuestras capacidades políticas, o ideológicas, no dan para más. El aborto, la inmigración, los toros, la iglesia, la infamante ley del menor y la educación para discapacitados que se imparte constituyen los temas que nos enfrentan, no porque sean asuntos importantes -si lo fueran, se intentaría ponerles solución-, sino porque son los que nos enfrentan. O tomamos conciencia de nuestras limitaciones, o Europa seguirá comenzando en Los Pirineos. Claro que para tomar ese tipo de conciencia tendríamos que leer, y si lo dices así, en alto, alguien te regalará el último premio Planeta. Pemán sigue pareciéndome más comercial.

Publicado en el diario HOY el 18 de octubre de 2025

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