Pablo Guerrero nos dejó hace pocos días. Fue un hombre admirable y, por tanto, sigue siéndolo. Tengo una edad en la que ya restrinjo bastante mi admiración: no admiro sólo la obra, los libros, las canciones. Admiro, sobre todo, la actitud, el motivo por que esos libros se escribieron y esas canciones se compusieron. Y lo hago para que mi admiración no tenga que cargar con obras que se hacen para ganar dinero. El dinero puede que venga a continuación -algo bastante improbable-, pero nunca valoraré nada que lo contemple a priori. Así que las canciones de Pablo Guerrero fueron grandes por la actitud de quien las compuso, y esa actitud no sólo me produce admiración, sino nostalgia. La canción protesta murió hace mucho tiempo no porque hayan muerto los llamados cantautores -que también han muerto, junto con el motivo por el que esas canciones se escribían- sino porque ha muerto el público que la escuchaba. No hay un público para la canción protesta porque ya nadie protesta. Así que es mejor denominar, a cantautores como Pablo Guerrero, soñadores que compartieron un futuro con el que todo el mundo soñaba. El problema es que ahora tampoco sueña nadie.
El hombre, y por tanto el arte, llevan ya tres décadas traicionándose a sí mismos. La canción protesta, a lo largo de los 70, se puso de moda. Ahora lo que está de moda es la indiferencia, y eso que existen más motivos para protestar que entonces. El comienzo de siglo nos ha llevado a una realidad en la que el hombre no cabe. No la identificamos, ya que también nos han quitado los instrumentos para reconocerla. Los derechos están vacíos, las obligaciones no contienen lo importante y los sueños son imposibles, porque sólo aspiran a conseguir lo que otros no tienen. Una vez que el dinero ha establecido las pautas de comportamiento, las aspiraciones, sólo podemos aspirar a sueños individuales, no a sueños colectivos, que eran los que cantaba gente como Pablo Guerrero. La libertad, el cambio de rumbo de la historia que expresaba aquel “Tiene que llover a cántaros”, o aquel “Si yo tuviera una escoba” de Los Sírex. El mundo sigue siendo fascista, pero ahora el fascismo es producto del fracaso absoluto de los sueños colectivos, de la socialdemocracia. Lo que quisimos una vez para todos ahora sólo es para unos cuantos.
Pablo Guerrero fue uno de esos hombres conscientes de que los enemigos de la sociedad no eran los inmigrantes, los diferentes, los que pensaban de manera distinta. Eran los ricos, y siguen siéndolo. Sus canciones, además de belleza, tuvieron implicaciones morales dirigidas no sólo a las víctimas, los ninguneados entonces por el régimen, sino a aquellos que ahora representan un sistema económico que sigue luchando por mantener la desigualdad. El concierto en el Olympia debería repetirse, pero con los del Ibex35 como asistentes, los que provocan apagones, los que dirigen Hacienda y los que recortan las subvenciones a las universidades y hospitales públicos. Esa es la verdadera canción protesta que deberían componer los cantautores. Ya no es lucha de clases, sino una lucha moral. Cantar no para conseguir beneficios en los conciertos, sino para ser la voz de la dignidad. Pese a ello, cada vez somos menos conscientes de esa pérdida. Como los braceros del siglo XIX, únicamente aspiramos a cambiar de clase. Hemos alcanzado tal grado de miseria, estamos tan indignados que sólo escuchamos reggaetón.
Publicado en el diario HOY el 4 de octubre de 2025
Deja un comentario