Cuando Lipovetsky hablaba de la sociedad posmoderna y explicaba la evolución del individualismo contemporáneo, cuando en La era del vacío describía la relajación de los principios, que hallaban refugio en el placer y del nihilismo, nunca pensé que íbamos a llegar a esto: a un tiempo en que ni siquiera el individualismo importara, al menos un individualismo que no estuviese amasado por el dinero. Tampoco importa el hombre. El hombre ha dejado de tener voz, y si la tiene es una voz que no se escucha, porque nadie lee lo suficiente para creer en la autoridad, en lugar de en la sumisión. Vivimos una época de cantos de cisne, en la que ni siquiera se oyen las voces de los que mueren. Toda opinión personal es un memento mori, una frase que supone un epitafio. No personal, sino estadístico. Esta es la posmodernidad. Los países, ahora representados exclusivamente por su armamento, borran de la faz de la tierra todo lo que antes sonaba a opinión, criterio, carácter, diferencia. Hemos iniciado una época que nos lleva adelante como una cinta transportadora. Nos lleva al atronador silencio colectivo.
Así que vuelven las guerras de religión, que son guerras en las que no se enfrentan pareceres, modos de ver el mundo, sino fundamentos heredados sobre los que no es necesario pensar, sólo hay que creer en ellos. Lo de Netanyahu es una guerra de religión. Tiene que exterminar a todo el que no es como él, ni cree en lo que él cree. Putin, ahora una reencarnación de Rasputín, sueña con salvar a Rusia de su presente. En eso se basa la legitimidad de la guerra de Ucrania. No existe nada justo o injusto, no hay razones que puedan iluminar la vida y la muerte. Ser o no ser: de eso se trata. Lo mismo ocurre con Trump, el último Gólem de la civilización occidental, el último Mago de Oz no pensante. Su apoyo a Israel ha impuesto otra guerra de religión. Matemos porque sí, por extrañamiento, porque no entendemos, porque entender no está a nuestro alcance y matar se ha vuelto la única forma de cambiar el mundo. En efecto, todo resulta demasiado complejo, pero es fácil simplificarlo si se poseen los ejércitos de Gengis Khan, de Atila y de Hitler. Durante años el poder ha ido fabricando un silencio inamovible en la población. Ahora la población tiene otras preocupaciones: sus derechos y sus problemas. Mirar lo que pasa en el mundo sería olvidarse de lo que uno es, sería una actitud revolucionaria que supondría empezar a pensar otra vez, y pensar parece vomitivo.
Los que sostienen estas nuevas guerras de religión no son nuevos dogmas, son los dogmas de siempre o, más que dogmas, los mismos procedimientos. La llamada civilización ha amasado un hombre que no ve paralelismos, que no ve que se repiten una y otra vez no procesos, sino plegarias. En el mundo actual vivimos presos de nuestros estados carenciales, no podemos escapar de lo que el cataclismo que se avecina tiene preparado para cada uno. Las últimas sesiones de la ONU, donde muchos países han reconocido el estado palestino, en territorio de un país que lo niega y apoya a quienes están aniquilando a los palestinos, parecen una aberración, un espectáculo donde la impotencia y la impunidad pondrán en marcha un mundo distinto. Habrá que reescribir el derecho internacional. Tendremos que aceptar lo que ocurría en el pleistoceno: el pez grande se comía al chico. Habrá que eliminar estudios como la historia o la política. Son superfluos y tristes. También habrá que echar de la ONU a los Estados Unidos. Estados Unidos ya no es una nación. Es un laberinto. Además, tendremos que participar en el festival que organice Putin, aunque Vietnam sea la favorita.
Gracias DJ LOWRY 🙏
Me tomo la confianza de compartir su artículo ✍️
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Ok. Un honor
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El honor es mío 🙏
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Escribe usted, pareciera que en vez de con pluma o teclado, con un cuchillo de filo o con una navaja trapera.
Le felicito 🙏✍️
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