Vuelta al cole

Los niños vuelven al cole, con los problemas educativos de siempre: ratios demasiado altas, profesores obligados a hacerlos felices, no a enseñarles, incapacidad de la administración de poner remedio a los problemas de disciplina originados por una pérdida de autoridad del profesor que ha llegado al esperpento y, finalmente, que la educación tenga que recoger a alumnos que quieren acabar con ella, por la torva razón de que aprender les aburre. Ante esa evidencia, el único camino que tienen es armar el suficiente desconcierto para que los demás, los que quieren aprender, también se aburran. Pasan los años, y nadie hace nada para que las escuelas e institutos vuelvan a desempeñar la función que tuvieron antaño: la de mostrar las diferencias entre la verdad y la mentira, la de tener -a través del conocimiento- un sentido crítico, que es como las gafas que te gradúa el oculista cuando le dices que ya no ves lo esencial. Los problemas persisten: las redes sociales, en complicidad con los Ministerios de Educación, han leído a Woody Allen y están dispuesto a acabar de una vez por todas con la cultura porque, como decía Freud, la cultura produce malestar.

            Para empezar, las ratios. En una clase de 350 es imposible enseñar nada. Hay que estar más pendiente de cómo se comportan que de lo que deberían saber. Es necesario desentenderse de los objetivos educativos, para mantenerlos en un mínimo orden. El profesor ha perdido, en este ámbito, su función. La hiperactividad, el déficit de atención y la depresión, la ansiedad y los trastornos del comportamiento, por citar sólo las perturbaciones más conocidas, hacen que transmitir conocimiento sea como fijarse en si la cama de Margot Robbie está bien hecha. El profesor se ha vuelto un impedimento, así que esta clase de pacientes están más cerca de lo que les enseña María Pombo que Erasmo, o Heisenberg. Luego hay que llevar al niño al psicólogo, que en lugar de decirle que la vida en Gaza es peor, le manda pastillas. Al menos las pastillas ahorran las conversaciones. La ley, por otra parte, confiere más derechos a los niños incapaces de cultivarse que a los que poseen esa idea desfasada de que la educación tendría que servir para saber si Don Quijote estaba loco o no.

            La enseñanza de este país sufre todos estos síndromes. Es sin duda la peor de Europa, exceptuando la de Ucrania. No hay quien doblegue a estos infantes. Cuando el maestro, que siempre se comporta como un juez, lo echa de clase viene papá, que suele trabajar en el Ibex 35, y le baja el sueldo. Los más díscolos, los que quieren acabar con el sistema, como si fueran secesionistas o independentistas, son los que se llevan el trozo de tarta más grande. Los peores, que suelen ser los menos populares, se sientan en las últimas filas, las del Grupo Mixto. Hace años que no se vislumbra una solución para lo que ocurre. Los casos de acoso, de enfrentamiento de pandillas en los recreos y de adicción a contenidos desaconsejables en la red hace que no sirvan para nada las clases de refuerzo. Vistos de uno en uno, con su corbata y su iPhone, parecen formales, pero cuando se juntan son como los huracanes de Kansas. ¿Alguien ve posible que estos pillastres arreglen la educación? Cualquier día dejan los escaños, pillan un martillo y les rompen las narices a los leones.

Publicado en el diario HOY el 6 de septiembre de 2025

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