Civilización y automatización

Cada vez están más claros los propósitos que esconde el camino que nos ha traído a la posmodernidad. Ese camino no ha acabado, de hecho creo que será interminable, porque por primera vez vemos que el destino al que nos conduce es la ausencia de civilización. Digo todo esto a principios del periodo de vacaciones, que es la época en que con más rapidez se toma conciencia de los grandes escándalos. Y lo digo porque acabo de leer un libro que resulta lejanamente ilustrativo de algunos fenómenos a los que asistimos. Se trata del libro de David F. Noble, un historiador especializado en el desarrollo social de la ciencia y la tecnología que trabajó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT): La locura de la automatización (aliKornio ediciones, 2001). Noble estudia el proceso febril que, desde Henry Ford, y sobre todo desde la década de los 50 en EE.UU., desarrolló un proceso de transformación de la industria para que prescindiera del hombre, es decir, del obrero especializado que sabía lo que hacía, para que quienes fueran la base del proceso productivo fuesen las máquinas. Noble se adentra en las causas de este proceso, que ahora se ha estandarizado, y descubre que nunca se hizo por cuestiones económicas, ni de calidad, sino de control. Es decir, la empresa estadounidense no era más competitiva si eran las máquinas las que hacían el trabajo, pero al menos el empresario tenía más control. Sus órdenes y su planificación no tenían que pasar por los sindicatos, ni por la opinión de los obreros que sabían en lo que trabajaban. La automatización ampliaba el poder del dueño de la fábrica, no la relación calidad-precio de lo que fabricaba.

            Es indispensable traer esa tendencia a nuestros días. El proceso de automatización se ha convertido en un proceso de estandarización, y el objeto no es ya el producto empresarial, sino el pensamiento. Al borde de la invención del ordenador cuántico, la automatización es un proceso mediante el cual se tiende a establecer el mismo control. Las redes sociales, los foros de cualquier tipo, la importancia y la imposición de las mismas noticias, vistas del mismo modo, en todos los frentes, crean lo que se ha llamado un pensamiento único del que sólo podemos apartarnos a base de esfuerzo -la inmersión en la cultura, a través de horas solitarias dedicadas a la lectura y a la percepción y hermenéutica de obras de arte- y ostracismo voluntario. Sólo la negación a participar en lo que todo el mundo siente, porque es lo que viene impuesto desde arriba, creará en el futuro un hombre autónomo, y esa autonomía es la única de la que podrá nacer el debate y la interpretación, tal y como los conocemos.

            El arte individual, cuyo propósito era la originalidad, ha sido el primer sacrificado. La estandarización se hace bajo la forma de una mercantilización. Lo que no se vende no existe, y los que compran ignoran que lo que les dan no es más que una repetición. Por desgracia, la educación está convirtiéndose en cómplice de este cambio. Quien renuncia, por ejemplo, a leer los clásicos del siglo XX en clase condena a sus alumnos a la ignorancia de TikTok. Este proceso de automatización, es decir, esta tendencia a borrar, o a silenciar el pensamiento propio, hará que dentro de poco Bob Dylan sea un tipo que cantaba como Andy y Lucas.

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