Montoro da una nueva prueba de cómo ha sido, desde que comenzó la democracia, la política en España. Ha sido y sigue siendo, porque aquí las estrategias para conquistar el poder y mantenerlo impiden que a los políticos, a los partidos y a los destripaterrones con dinero se les pase por la cabeza que el país tiene que compartir riqueza y también sacrificios. Sólo se reparten los segundos. La falta de fe en la política es tal que la mayoría de los tipos que la representan van a plantear la siguiente campaña electoral intentado demostrar no su capacidad, sino su honestidad. Pero nadie es honesto. Ser honesto es una condición que nunca se acepta en política, porque invalida a todos los que crean las estrategias para conquistar el poder y mantenerlo. El pueblo es un tanto indolente. Siempre lo ha sido. El pueblo es una gallina que pone un huevo si se le da de comer, así que hay que conseguir ese huevo, aunque sea administrándole como comida sus propios excrementos. Los pocos políticos honestos que han ocupado un escaño en el Congreso sólo han llegado a dar grandes discursos. Anguita, por ejemplo: un hombre tachado de utópico que únicamente se tuvo a sí mismo. Un hombre al que la política no cambió: esa fue su gran distinción. Nunca sabremos qué habría ocurrido si hubiese llegado a gobernar este país. Seguramente le hubiera pasado como a Mujica en Uruguay: sólo habría podido mostrar intenciones. Nada más. La conjura de los necios. Aquí un político sólo tiene dos caminos: o soñar o enriquecerse. No tenemos estadistas. No hay nadie que piense en el bien común. No existe, en realidad, una idea de nación. Sólo la lengua se acerca a eso, pero al final la utilizamos para insultarnos.
Al parecer Montoro, Ministro de Hacienda, utilizó su cargo para enriquecerse, y también para quebrantar cualquier voluntad que quisiera colocarlo ante la justicia. Nos preguntamos, en cualquier caso: ¿por qué todo esto se desvela ahora? ¿Por qué no salieron estos delitos mientras gobernaba, o cuando perdió el aforamiento? Lo malo de Montoro no es que supuestamente también sea un delincuente, sino un ejemplo descomunal. Uno más. La corrupción está en todos los partidos, es endémica en este país, y ocurre en todos los ámbitos y niveles de la política. Sobre todo, de la política. El ciudadano nace víctima, porque está condenado al arbitrio de los poderes públicos. Resulta que la presión fiscal no va destinada a recaudar un dinero para todos, sino para unos pocos. Lo de siempre. La vergüenza será lo único que nos sobreviva, como decía Kafka.
Montoro no es más que otro hilo de la maroma. Montoro no importa, forma parte de ese fenómeno que lleva a los más pequeños a los puestos más influyentes. El problema es España, el país de la picaresca, el de la falta de principios. Parece, además, que la justicia es cómplice de lo que ocurre. Su servilismo forma parte de nuestro carácter nacional. Ante esta situación, lo único que podemos preguntarnos es: ¿qué hacer en las próximas elecciones? La honestidad no tiene partido, el bien común tampoco, igual que la dignidad. Ante una política secuestrada por los poderes económicos, por los lobbies, la única solución es formar parte de uno de ellos, ser más corrupto que los demás. Colocarse en una posición en la que no haya nada que te impida sortear la ley. Entonces serás un verdadero español, un progresista, un hombre al que no le importe que la política sea un azote, si te beneficia. Es lo mejor, porque de otra forma habría que hacer revoluciones, habría que cambiar el mundo, unirse a gente que no llegará ni a presidente de comunidad de vecinos.
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