Todo vuelve a encajar

Las relaciones entre el proceso que se inició en la Alemania de 1933 y el que empezamos a ver en la Europa actual comienzan a desvelar un claro paralelismo. Lo que sucedió después de que Hindenburg nombrara canciller a Hitler forma parte de algo que se repite: adopción de economías de guerra, de democracias sólo aparentes y la aparición de un odio que impregna todos los estamentos de la sociedad. El odio nunca es transformador, pero se impone bajo la forma de una liberación. Ocurrió en Brasil con Bolsonaro. Está ocurriendo en los Estados Unidos con Trump, en la Rusia de Putin y, por supuesto, en un Israel cuyo gobierno tanto debe a la venganza. Ahora está ocurriendo en Murcia. Torre Pacheco se ha convertido en una rave de odio organizado, porque es evidente que el odio puede administrarse como un tratamiento médico. O una vacuna contra el pensamiento. Ya no se piensa, sólo se siente, y lo que se siente casi siempre viene impuesto por una consigna. Las cacerías de inmigrantes fueron habituales en la Alemania gobernada por los nazis. Lo que se cazó no fueron inmigrantes, pero se los convirtió previamente en eso. Caza al extraño, caza a quienes nos quitan lo que es nuestro. Marlaska y Abascal se acusan mutuamente. Ambos tienen razón. Y los dos son culpables. En España no se ha controlado la inmigración, y además se ha estado fabricando una juventud, a través de una educación sin pensamiento, que se hace eco de los mensajes violentos y vacíos de la ultraderecha.

            Somos una sociedad fácilmente mediatizada, que perdona los errores a los políticos, permisiva y líquida, como decía Bauman. Las modas son más importantes que la ética. No sé qué llevó a tres individuos a apalear a otro de 68 años, pero el hecho de que esos individuos sean inmigrantes marroquíes ha originado que toda la ideología que basa sus principios en la apariencia, en los orígenes o en las patrias, haya pulsado el resorte del odio y enviado a Torre Pacheco a gente que, sin saber por qué, se siente insultada no por el sufrimiento de la víctima, sino por las creencias de los agresores. Tampoco sé por qué una mendiga apuñala a una joven por orinar cerca de donde dormía, pero intuimos que existe, en las vidas de los que participan en tales hechos, la percepción de grandes injusticias. Una simple percepción puede convertirse en la causa de un crimen.

            En este país los únicos que no tienen derechos son las víctimas. Se protege a todo el mundo, pero esa protección es una forma de dependencia. Los inmigrantes vienen a mejorar la vida que tenían, pero no lo consiguen. Su cultura es su naturaleza. Ni ellos aceptan integrarse, si para ello tienen que renunciar a lo que son, ni nosotros vamos a dejar de verlos como extraños. Las guerras que están provocando tanto éxodo migratorio reestablecen un nuevo feudalismo en el que, poco a poco, se alienta la lucha racial, no la lucha cultural. Así que, por desgracia, volvemos a la Kristallnacht. Nos hemos quedado sin profundidad, sin palabra, sin cultura. Sólo nos queda la obediencia. El menor que toma una barra de hierro y golpea los cristales de un coche en Torre Pacheco es producto de una educación que le ha regalado el aprobado. Y sólo es el comienzo.

Publicado en el diario HOY el 19 de julio de 2025

2 comentarios sobre “Todo vuelve a encajar

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  1. Sabato decía que el pueblo más alfabetizado del mundo creó las cámaras de gas. Así que me parece que no pasa por ahí el problema, sino que es una cuestión de calidad humana.

    Hay que mirar las excepciones. Generalmente son los únicos ejemplos que cunden y están más cerca de lo que creemos, como luciérnagas en una noche cerrada lejos de la gran ciudad.

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    1. Siempre hemos pensado que maldad y cultura son contradictorias, pero ambas se refugian en el mismo sistema, en lo sistemático. Vuelve a repetirse el error de entonces: si no conviertes lo que piensas en algo que pueda mover el mundo, sacrificando lo que se se ponga por delante, sólo serás un soñador. Esas consecuencias también forman parte de la cultura que ha hecho lo que eres.

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