Stand by

En la entrada del verano, con la comparecencia de Sánchez en el Congreso y con el resto de partidos políticos (por llamarlos de alguna manera) esperando que todo cambie, vivimos una auténtica situación de stand by. Vivimos no esperando, sino en modo de espera. Siempre que existe una posibilidad de cambio de tendencia en este país, se produce este tránsito en el que nunca pasa nada, en el que no puede ponerse en marcha, ni puede funcionar ninguna política. Sólo se vive el temor de perder el poder, o el deseo de recuperarlo. No hay más. Todo descansa en la falta de fe. Nadie cree en nada. Nuestra verdadera vergüenza consiste en que somos incapaces de creer en que algo se materialice e ilusione. Poco a poco, el mundo adopta el mismo estado de pausada desesperación: Netanyahu propone a Trump para el Premio Nobel de la Paz, porque Trump avala el estado colonial de Israel y la limpieza étnica. La Unión Europea no se pronuncia sobre lo que ocurre allí, porque con anterioridad Francia, Inglaterra y Alemania han sido soportes del estado sionista. La ONU no sirve de nada, porque la ONU es, precisamente, un perpetuo estado de espera. No espera nada, hace la misma vida que El hombre de Alcatraz, pero al menos finge mantener un tono crítico en un foro donde todos están sordos y llevan vendas en los ojos.

            En Ucrania, igual. Los ministros de Putin mueren en los parques, en espera de que tanto la comunidad internacional como los propios rusos ignoren el Polonio 210, pues esta vez ha sido un tiro en la cabeza. Ya no hay gestión, no hay política, ni en el mundo ni en España. Asistimos a un desfile -todos sentados como fotógrafos de pasarela-, esperando a que vuelvan a surgir aquellos sueños perdidos que teníamos en los años 80. El socialismo acabó con ellos, apuñalando a la generación que los dibujaba, hasta llegar a donde estamos. Empezamos a vivir en una plaza de la que sólo parten callejones sin salida. No es posible permanecer en una situación en la que nadie tiene futuro, pero poco a poco vamos entendiendo que es la única manera de que todo siga perteneciendo a unos pocos, porque esos pocos a los que pertenece todo quieren que el mundo siga así. Es la única explicación que tiene el hecho de que el fascismo esté convirtiéndose en una respuesta. Cuando la juventud no aprende, no sueña ni se plantea hacer un mundo diferente, ocurre esto. Esperar era el arte de la juventud. Siempre ha sido su estado de gracia, pero ahora nos preguntamos: ¿esperar qué? También ella se lo pregunta.

            ¿Alguien podría haber previsto, cuando acabó la II Guerra Mundial, lo que está ocurriendo en la actualidad? Cierto, los tiempos cambian, pero no hasta el punto de destruir el contrato social. La política, en casi todos los países, adquiere elementos que están despojándola de conocimiento, de experiencia, de contacto con lo humano. El electorado empieza a elegir a políticos más parecidos a virus que a estadistas. En España, el propio equilibrio de poderes impide que salgamos de este stand by. El desasosiego se utiliza políticamente, una vez que hemos comprobado que todos los partidos, todos, están vendidos, y que el poder es una partida de póker. Nuestra política jamás ha jugado limpio. Esto no supone ya una decepción. La política no nos ha decepcionado, nos ha vaciado. Los partidos, los líderes son incapaces de convencer a nadie de que son honestos. Si hubiera una persona honesta en un partido político, los otros le quitarían la piel, como a los plátanos, y la arrojarían a la calle para que alguien resbalara al pisarla. Seguimos en espera. No hay ningún lugar al que ir.

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