Suicidios S.A.

El seguimiento del suicidio en España no deja de desalentarnos, igual que el Plan de acción para la prevención del suicidio 2025-2027, elaborado por el Ministerio de Sanidad para tratar al suicida cuando está fuera de casa. Pero no todo suicida tiene problemas mentales. Los que lo han elaborado no creen en la relación entre suicidio e infelicidad o, al menos, insatisfacción. Tales son los dos grandes problemas del hombre moderno. Después de la publicación de la Penas del joven Werther, en 1774, en el que el protagonista se suicida por un amor no correspondido, Goethe puso el suicidio de moda. Los primeros burgueses se suicidaban para estar a tono, para convertirse en prerrománticos, siguiendo los ejemplos del propio Werther y de Chatterton, el primer poeta maldito, que se suicidó en 1770 porque le hicieron creer que lo que escribía no le haría famoso. Las causas del suicidio están en la sociedad que hemos creado, en un sistema económico y social que se despreocupa del individuo, y también en las dificultades que plantea nuestro tiempo para ser feliz, o aspirar a serlo. En España, en los últimos treinta años, el suicidio no ha hecho más que crecer. En 1980 hubo 1652 muertes por voluntad de quien moría, en 2024 hubo 4116. Por regla general, los suicidios de hombres triplican a los de mujeres. Los hombres son los que más terminantemente perdemos la esperanza y, por regla general, hay menos elementos que nos atan a la vida: hijos, capacidad para salir de la situación que nos acorrala. El hombre parece más débil que la mujer, a la hora de ver una evolución que mejore su futuro.

            No quiero establecer relaciones incomprobables entre la muerte por voluntad propia y las relaciones virtuales con los que antes eran nuestros amigos, o con amigos virtuales. Tampoco puedo crear un vínculo entre el concepto actual de enfermedad mental y las circunstancias sociales que influyen en quienes la padecen. Lo cierto es que hemos perdido el camino de baldosas amarillas que nos llevaba al país de Oz. Y no sólo eso: la falta de lugares en los que refugiarse, la ausencia de reductos en los que suprimir o postergar el dolor está convirtiendo a esta sociedad en un conjunto de carencias. ¿Pérdida de humanismo? Más bien pérdida de humanidad, que nos condena a la búsqueda de soluciones y tratamientos propuestos por la economía, sin pensar en la ética, o en el contacto personal. Películas y canciones sin alma, eslóganes incapaces de calar y convertirse en mensajes, y finalmente la vida como un eterno estereotipo que sólo sirve para dar beneficios a los que emiten tarjetas de crédito.            

La solución al suicidio es ser feliz. Así de simple. Dejemos que nacer, crecer, trabajar, crear una vida con quien amas y morir sin arrepentimiento vuelva a valer la pena. Hagamos lo posible para que la vita beata vuelva a ser el patrón oro, no el dinero o el poder, o la estupidez. Hagamos que la juventud tenga el mismo valor que la madurez y la vejez. Volvamos a las grandes narraciones, a la educación de calidad, a los abuelos. Devolvamos a la vida sus misterios. Si no lo hacemos, todos seremos Werther, o Chatterton. Todos recibiremos la extremaunción que nos darán los bancos, o los amigos inexistentes de las redes sociales. Si alguien tiene que ponernos, al morir, la corona imperial de nuestra vida en la cabeza, seamos nosotros mismos. Si deseamos morir, que sea porque hemos vivido llenos de deseos, y sin miedo.

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