Corrupción en Miami

La corrección política nos obliga ahora a escandalizarnos ante los casos de corrupción. Los políticos, los más corruptos, o al menos los que han elevado el rango nacional, y además aparecen en lo más alto de la clasificación, han convertido en un tema partidista algo que formaba parte del alma de los españoles. En el país donde nació la novela picaresca hay muchísimas personas honestas, pero nuestra historia muestra lo contrario. Por otra parte, es evidente la relación entre el poder y la corrupción. A medida que uno va escalando puestos en la sociedad (no sé muy bien qué es eso, lo confieso) tiende a verse más tonto si no roba. Tenemos a los políticos que nos merecemos, porque la mentalidad que se ha impuesto, de forma implícita, ha sido la de quedarse con lo que pertenece a otros, desde que te sirven un café hasta que compras un billete en una línea aérea. Siempre he sostenido que los partidos políticos son, simplemente, organizaciones para robar impuestos. Los impuestos son algo que hay que pagar, porque van al bien común, pero habría que preguntarse quiénes los pagan, y quiénes reciben los beneficios de ese bien común. En eso consiste la corrupción, en distribuir. Lo de preguntárselo es sólo una anomalía.

            Todos los estamentos sociales tratan de engañar al resto, lo mismo que todos los corruptos se engañan en el mismo estamento: cobrar más, no pagar lo que corresponde, sacar provecho de lo que los demás hagan, o imitar y superar a los demás en ese escapismo moral y económico que todo el mundo practica. Quevedo ya lo dijo en su poesía burlesca: en España competimos en corruptelas porque tenemos demasiados complejos. La propia ley crea las bases, y las aplica a través de la presión fiscal, para que nadie se vea tratado con justicia y, por tanto, para no ejercer la honestidad. Nos da la impresión de que los casos que afloran en la política no se dan en los países europeos más importantes. De hecho, en España no existe un protocolo de vigilancia contra la corrupción, es decir, contra la posibilidad de que cualquier político se lleve un dinero que pertenece a la comunidad, o que saque provecho de la situación en la que la política lo ha colocado. La empresa privada deja igualmente mucho que desear, es connivente con la política porque le da beneficios. Y tampoco es encausada por ello. La empresa paga mordidas a cambio de concesiones. Es la costumbre, es el tono de nuestra economía. Los medios de comunicación tampoco son más que instrumentos para lavar el presente, igual que muchas instituciones a las que a menudo no se les hace caso, o se les hace demasiado: el Banco de España o la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

            Tampoco la justicia es igualitaria. El ciudadano normal es el primer testigo de ello, o esa es la impresión generalizada. Nuestra corrupción es endémica. Las normas que se aplicaron en las residencias de Madrid durante la pandemia son pura corrupción. Esto no es Miami, pero siempre hemos sabido que aquí no va ganar las elecciones ningún Sonny Crockett. La propia política, la propia tradición española lo impiden. En Alemania, quien copia en una tesis doctoral desaparece de la vida pública. Aquí sólo ingresas en ella si copias, si te comportas como alguien que va a la política para no salir jamás de ella. En eso, la política se parece a la milicia: obedece y llegarás arriba. Nuestro sistema se ha convertido en una enorme estafa piramidal, con la diferencia de que todos son aforados e impunes. Nadie irá a la cárcel.

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