En un mundo en el que el individualismo está desapareciendo, en el que no hay pensadores, sino líderes (que a menudo no piensan), ha sido un acierto que le den el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades al filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un claro ejemplo de que la filosofía tiende a convertirse en sociología, porque lo colectivo nos ha sacado de nuestras casas y nos ha vuelto turistas, votantes, fans o partidarios. La soledad está siendo borrada de la psique humana. Ahora es un lujo, un estado de gracia, aunque la estupidez suela considerarla una condena. Byung-Chul Han es importante porque ha escrito cosas importantes, esclarecedoras, igual que otro filósofo con el que estábamos más familiarizados, y que fue el primero que nos dijo, a principios de los 80, lo que empezábamos a ser: Gilles Lipovetsky. Byung-Chul Han, igual que la última Premio Nobel de literatura, Han Kang, es un pensador europeizado, consciente de que el pensamiento no tiene nada que ver ni con la religión ni con el dinero, a pesar de que el dinero empiece a configurar unas condiciones en las que es obligatorio abandonar la reflexión.
Chul Han ha puesto al descubierto muchas de las falsedades que definen la época que vivimos. Según él, las tendencias nos encaminan a ser positivos -o hacia la positividad, como él la denomina- pero, curiosamente, eso nos provoca depresión e imposibilidad de ser felices. Además, la absoluta transparencia que nos exigen y exigimos a todo esconde el sentido contrario: el hombre occidental va sumiéndose poco a poco en un espejismo, en lo que no ve ni comprende. La democracia es falsa, está al servicio de los intereses del capitalismo, y constituye un instrumento que pertenece al poder. Toda la filosofía de Chul Han es una modernización -y una asunción- de lo que ya dijo Étienne de la Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria: “Es el pueblo el que se subyuga, el que se degüella, el que pudiendo elegir entre ser siervo o ser libre, abandona su independencia y se unce al yugo; el que consiente su mal o, más bien, lo busca con denuedo”. El amor está dominado por el narcisismo, el exhibicionismo, y eso nos impide iniciar relaciones con los demás, de ahí que la violencia se convierta en un modo -ya convencional- de expresión, y empieza a formar parte de la personalidad. Las nuevas generaciones buscan amor y encuentran pornografía. Iniciamos, así, una vuelta a estados preculturales. El neoliberalismo económico es precultural: ha fundado una sociedad donde todos estamos enfermos, para vendernos -no administrarnos- la cura. Además, el poder empieza a operar desde la libertad de los demás. Aceptamos la sumisión como una forma de ser libres. Elegimos lo que nos imponen. Uno de los instrumentos para conseguir esto ha sido la pertenencia a un enjambre, provocada por la revolución digital. No formamos pueblos, sino enjambres.
Estas y otras ideas conforman los motivos que han hecho a Byung-Chul Han merecedor del Premio Princesa de Asturias, “por su brillantez para interpretar los retos de la sociedad tecnológica”. En un país donde la filosofía ocupa cada vez menos lugar en la formación, donde la ideología está reemplazando al pensamiento y donde a la política ya no le preocupa lo que a la gente, me parece absolutamente acertado que sea premiado alguien a quien quizá no leamos jamás, pese a que se realizan ya intentos de comprender todo lo que somos yendo a un plató de televisión. Algo es algo.
Muchas gracias, no lo conocía.
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