La guerra de los pobres

India y Pakistán vuelven a disputarse los mismos palmos de tierra en la zona de Cachemira. Supuestamente el ataque indio a Pakistán, que ha provocado al menos 26 muertos, ha sido originado por una incursión terrorista de una facción islámica pakistaní, que el mes pasado mató a varios turistas en la zona india de Jammu. India responde con un ataque con misiles dirigidos a los lugares donde esos terroristas se refugian. Ambos países tienen, aproximadamente, 170 ojivas nucleares cada uno; es decir, podrían destruirse mutuamente en un solo día. De cualquier forma, lo importante no son esas ojivas, sino que India y Pakistán tuvieron una renta per cápita de 2512 y 1461 euros anuales respectivamente, en 2024, y una deuda per cápita de 1900 y 1044 euros en el mismo periodo, también respectivamente. Es decir, ambos representan a ese tipo de países que gasta el dinero que no tiene en lo que no debe. Algo parecido ocurre en España, aunque aquí sólo nos atacamos nosotros mismos, sobre todo cuando los oponentes hacen las cosas bien. Ha habido guerras entre India y Pakistán en 1947, 1965, 1971 y 1999, cosa que China aprovechó para anexionarse parte de Cachemira, la región llamada Aksai Chin, en 1962. Es decir, las recientes tensiones no son más que un recordatorio, como pagar todos los meses la escuela concertada o hacer la declaración de la renta.

            De inmediato, muchos países se han alineado con cada uno de los contendientes. India ha dicho que los EE. UU. son sus socios, y por eso los necesitan. Israel ha ido contra Pakistán, que es un país islámico, y además porque ha visto que India ha copiado su estrategia de masacrar civiles apuntando a los terroristas. La Unión Europea ha matizado -pues sólo es un matiz- que la tensión debe volver a su cauce, y China, con bastantes intereses en el territorio, pero sin nada que perder, ha señalado, igual que la UE, que todo debe convertirse en nada, como una paloma en la chistera de David Copperfield. De hecho, todo el mundo empieza a pensar que China es el país más moderado del mundo, desde que Blefuscu tuvo que aceptar que Gulliver atara a toda su armada y se la llevara al puerto de Liliput. Lo que indica todo esto es que hay que mirar a la opinión pública, aunque no hace falta tenerla en cuenta. Inauguramos una especie de neodespotismo ilustrado, sólo que ahora se trata de un simple algoritmo.

            La guerra vuelve a rugir en los cinco continentes, y hasta nos han quitado la capacidad de tener miedo. Dos de los países más pobres, menos igualitarios y más desvalidos del mundo entran en guerra no por el dinero del otro, que en cualquier caso no lo tendrían, sino por simple patriotismo, un patriotismo que sobrepasa las bardas de la pobreza, la desigualdad y el desvalimiento. Al parecer, la paz no sirve al progreso para nada. Ahora es necesario avanzar, en Ucrania, en Cachemira, en Gaza y en Troya, quizá también en Groenlandia y en Canadá, mediante la conquista y la muerte. Cuando Kant se vanagloriaba de que el hombre, con la llegada del neoclasicismo, había alcanzado por fin la mayoría de edad, no creyó nunca que fuésemos a iniciar un camino de regreso a la barbarie. ¿Por qué? Por lo mismo que se inició la guerra tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando: porque podemos, porque el mundo está lleno de naciones desocupadas, porque no podemos conquistar más que tierra. Menos mal que el nuevo mesías de nuestra época -Elon Musk- ha pensado por fin en Marte.

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