Otra vez Kafka

He terminado la biografía que Kathi Diamant escribió de alguien con quien no guarda ninguna relación de parentesco: Dora Diamant (Circe, 2005), el último amor de Kafka. Siempre me ha parecido que todo acercamiento a Kafka, a su vida y a su obra, es limitado a pesar de las biografías ingentes que se han escrito. Lo único que podemos estudiar de Kafka, hasta llegar a las últimas consecuencias, es su significado. Lo que Kafka significa ha sido tan degradado por la literatura posterior, es decir, por lo que se ha escrito después de él, no sobre él, que Kafka sigue siendo no un autor, sino una actitud inalcanzable. Hemos perdido la relación que él supuso con la literatura, pero Dora Diamant, la última mujer con la que estuvo, y la única con la que convivió, durante el último año de su vida en Berlín, vuelve a devolvérnosla. Aquellos recuerdos de Max Brod que, según la crítica, convertían a Kafka en una especie de santo, retornan a través de lo que Dora Diamant nos cuenta de él, muy influidos seguramente por el hecho de que ella convivió con un agonizante que, sin embargo, jamás bajó el nivel de su relación con la palabra escrita, con lo que suponía ponerse a escribir. Kafka nunca escribió para entretener. Hasta las Memorias de Casanova le aburrían. Escribió para cruzar una línea más allá de la cual no puede volverse y que es la que hay que alcanzar, según dijo en sus Cuadernos en octavo.

            La vida de Dora Diamant fue dura, en un sentido muy extenso. La dureza de las vidas actuales consiste en los sufrimientos que padecen los que viven, y también en lo que les falta.  La dureza de la vida que muchos vivieron el pasado siglo fue diferente: la vivieron por sí mismos y los demás también se la mostraron. Fue un padecimiento histórico, generacional, y hay un interminable número de mujeres que lo testificaron: Margarete Buber-Neumann, la biógrafa de Milena Jesenská, o Christabel Bielenberg, o Hélène Beer, o la propia Ana Franck, por citar sólo a unas pocas. Las que atravesaron la II Guerra Mundial, las que comprobaron lo iguales que eran el fascismo y el stalinismo, como Dora Diamant (1898-1952), y tuvieron hijos que padecieron el mismo destino, constituyen una crónica de pesadumbre que el propio Kafka profetizó y de la que culpó al hombre. La biografía de Kathi Diamant no se dedica sólo al periodo en que Dora amó a Kafka, sino que completa su vida posterior que, en realidad, no fue larga. Dora vivió 28 años más allá de la muerte de Kafka. Murió a los 54 años, y su hija, Marianne Lask, a los 46.

            Lo importante de Dora Diamant no fue sólo Kafka. Fue también Dora Diamant, pese a que ella justificó su vida en el hecho de que tenía que preservar la memoria de lo que vivió con Kafka. Fue consciente de que Kafka debía ser descubierto y rescatado para que el hombre se mirase en él, y descubriera lo que es. La Gestapo le confiscó las cartas que conservaba del escritor, y el KGB, las primeras ediciones publicadas de los libros de Kafka en alemán. Nunca se han recuperado. Toda la ignorancia de la sociedad actual, la ceguera del hombre moderno, fueron denunciados por Kafka sin tener que tomar partido por nada. Descubrió que hay algo que no funciona cuando los hombres constituyen una comunidad. La del escritor checo fue una de las grandes objetividades que nos quedan, como la del espejo mágico de Blancanieves. De él únicamente salió la verdad. Si no queremos verla, es porque quizá no formemos parte de ella.

3 comentarios sobre “Otra vez Kafka

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    1. Gracias, Leo. La esperanza consiste en que haya personas como tú que sepan verlo. La literatura apenas interesa ya, porque a la verdad le ocurre lo mismo. Tener alguien con quien hablar a tanta distancia es un honor. Maravilloso que estés ahí. Un fuerte abrazo

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      1. Gracias. El honor es mío. Desde mi infecunda opinión, hacés un mayor bien versando de los tesoros hallados en eso que hoy por hoy a pocos le interesa y de los propios que amargándote con aquellas otras cuestiones con las que van arriando a la sociedad. No voy a ser un descubridor de tus virtudes porque son elocuentes.
        Y si el pensamiento, la profundidad y lo sutil es inútil, pues bienvenido sea lo inútil.
        Un abrazo.

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