Especular

            Son dos formas de ver el mundo, y también dos formas casi opuestas de vivir: la de los que especulan con el dinero y la de los que lo ganan con sus manos, o con su cabeza. Esas dos formas colocan a cada cual detrás de una lente que lo aumenta o lo empequeñece. El capitalismo, sobre todo el especulativo, ha ido borrando las diferencias de ambos puntos de vista, hasta confundir la definición de realidad. Quizá el neocapitalismo sea el mejor sistema posible. Incluso corremos el riesgo de que sea el más humano, porque puede que la desigualdad tan insoslayable que padecemos tenga su origen en el hecho de que somos así: mientras unos están tan inmersos en esa desigualdad que no pueden combatirla, otros han nacido pensando que pertenecen a una clase que, por fortuna, se ha salvado de algo tan injusto como la democracia. Es posible incluso que vivamos en el mejor sistema económico posible, aunque nos lleve al apocalipsis moral, además de climático, pero este sistema ha conseguido el extraño equilibrio de sufrir cada cierto tiempo colapsos que indican que sería deseable una mejor distribución de la riqueza. Tales colapsos los sufren los de arriba, pero los pagan los de abajo. Es la diferencia que existe entre aplicar el hierro candente o que te lo estampen en los cuartos traseros.

            La especulación es como la Escalera de Jacob bíblica: en sueños Dios anuncia a Jacob que él y sus descendientes obtendrán la tierra en la que una noche, estando de paso, Jacob se echa a dormir con la cabeza puesta sobre una piedra. Se trata de una escalera por la que suben y bajan ángeles, así que parece que Jacob ha tenido un sueño sobre otra clase social. Normalmente, cuando tenemos esos sueños es cuando vemos las diferencias entre los destinos de unos y de otros. El sistema beneficia a los elegidos, a los que heredan, de ahí que la religión haya sido la cuna del capitalismo, como dijo Max Weber. Los dos universos, el de los ricos y el de los que pagan impuestos, están cada vez más distantes. Ahora que Trump impone aranceles, para que le besen el culo, son los pobres los que al final tienen que besárselo, porque son los que pagan las consecuencias. El mundo occidental, el capitalismo occidental nació como una inmensa estafa piramidal en la que los que pierden son los que están abajo, como ocurrió aquí con Forum o Afinsa. O en EE. UU. con los pobres que compraron las hipotecas de Bernie Madoff.

            Todo esto debería de cambiar, pero no sabemos cómo hacerlo. No sirve salir a las calles. No sirve protestar en los periódicos, ni proponer que cada uno tome la pluma y denuncie, porque ya no hay plumas, ni las denuncias sirven para algo más que para que el frontón que tenemos frente a nosotros, desde que nacemos, nos las devuelva. Habría que montar una revolución igualitaria, pero esto nos sacaría del sistema. La igualdad es inhumana, la aspiración de que todo el mundo viva dignamente es inhumana, y nos llevaría a la Bastilla, a la prisión de Newgate, al mundo como cárcel de 1984, o del Nosotros de Zamiatin. Si consiguiéramos unirnos no tendríamos la menor posibilidad de alcanzar algo que mínimamente se pareciese a una socialdemocracia. Hay países que viven en ella, pero a costa de asumir riesgos desproporcionados. Y si la alcanzáramos para todos, al mundo le parecería un mal sueño, producto de haber dormido con la cabeza puesta sobre una piedra.

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