En los últimos años tengo la impresión de que todo lo que hace poco tiempo suponía una rebeldía, una oposición o una reacción frente a los hechos consumados ha desaparecido. ¿Años? Quizá decenios. Hasta los 800.000 millones de euros propuestos por Von der Leyen para el rearme de Europa parecen una nimiedad, algo aprobado en horario infantil, que no va a llegar a ninguna parte, ya que la caída de Europa está escrita hace mucho tiempo. No por la propia Europa, sino por el destino, por los dioses apoyados por todas las democracias aparentes y fondos de inversión, que aún permanecen en el Olimpo. Necesitamos a un nuevo Gibbon que escriba la crónica de lo que nos espera, porque vivimos, todos los europeos, en una casa encantada en la que los fantasmas atan y desatan, aparecen saliendo de chimeneas encendidas y se ocultan al fondo de pasillos llenos de voces inaudibles o indescifrables. Las noticias que sacan los periódicos y las televisiones son profecías sin contrastar, narraciones llenas de ruido y furia contadas por un idiota, hechos parecidos a argumentos de videojuegos, en los que quien más enemigos mata es el que más puntúa.
Sospecho que no van a dejar que nos enteremos de cuál es nuestro papel en el asunto. Los vientos de guerra sólo soplan sobre el rostro de las víctimas. Y todo por dinero. La economía es la gran parca moderna, porque el hombre tiene que renunciar a todo para participar en la tragedia que representa. Creo, sin embargo, que una de las expresiones más engañosas que se han dicho a lo largo de la historia es la que repite Trump: America first. Nadie la ha contestado, porque los que ganan son los que venden periódicos e invierten en armamento. El resto de los americanos, los que disfrutaban del Obamacare, permanece en silencio. No tiene voz. Nunca la ha tenido. ¿First, en qué? Creo que el Atlántico Norte ya no es lo que era. Ahora está compuesto de países estresados como pollos de granja, para propiciar que consuman más, gasten más en antibióticos y pongan más huevos. Antes confiábamos en la cultura, era nuestro sello. Creíamos que conocer al ser humano era una condición importante para hacer política. Creíamos que Dostoievski y Hemingway nos aportaban algo. De hecho, gracias a ellos sabemos lo que es el hombre sin ninguna duda, pero parece que saberlo no sirve de nada. ¿Para qué escribir, entonces? Al menos, un buen paño de crochet puedes ponerlo de centro en una mesa. ¿Pero qué haces con un libro que contenga verdades?
Todo lo que ocurre en el mundo es sólo el producto de una especie de maquinaria de reloj. Esa maquinaria se llama capitalismo. El capitalismo sólo tiene una forma de funcionar: imponiendo sus consecuencias. Ahora los países se comportan como empresas. Todos roban, todos dan gato por liebre y todos convierten el beneficio en las primeras palabras del génesis. Dicho esto, quizá haya una forma de que Trump, que ha traicionado a todos los Cándidos que confiaban en él, y además lo ha hecho por el bien de esos Cándidos, cambie de actitud. Habría que ponerlo frente a las mismas dudas que él está produciendo en los demás, incluido Putin, el pobre. Creo que bastaría con que alguien se infiltre en la Casa Blanca y lea, usando los altavoces del Despacho Oval, las primeras palabras de El gran Gatsby. Obrarían el mismo efecto que un electroshock. Asunto concluido. La literatura arreglaría el mundo, por fin.
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