No hay noticias

Las noticias están desapareciendo de la actualidad. También la actualidad está desapareciendo. Ni unas son noticias, ni la otra actualidad. Nada es tratado como lo que es. Pese a los enormes problemas que tiene esta nación -y digo nación, utilizo esa palabra que parece sacada de un molde quizá demasiado grande-, ninguno de ellos cala en la preocupación de quienes los padecen. Hay mucha gente que no puede acceder a una vivienda, la democracia parece un guiñol, las desigualdades son cada vez más inconcebibles e imparables, el arte está en trance de desaparecer y el futuro generacional se ha detenido en un umbral, ante una puerta cerrada, que impide no solo que miremos, sino que imaginemos qué hay más allá. Sin embargo, todo ha sido aceptado. Todo es inevitable. La realidad nos mantiene como figurillas en una alacena, como los coleccionables de aquel café, el Chinés, de Lisboa. Las noticias no nos llegan, a pesar de que todo lo que pasa es escandaloso, y eso ocurre porque no podemos hacer nada contra ellas. Así que, sin analizar las causas reales por las que vivimos así, ya no hay noticias. Los periódicos unen, en sus líneas de mercado continuo, lo importante a lo frívolo o lo intranscendente; y nosotros, con esa misma indolencia, leemos y callamos. No es que seamos incapaces de iniciar la más mínima revolución, es que no se nos pasa por la cabeza siquiera protestar. Hace veinte años, en Madrid había mil quinientas manifestaciones al mes, tantas que alguien quiso crear un manifestódromo que sacase del centro de la ciudad aquellas protestas multitudinarias que impedían que el tráfico pudiese fluir. Ahora no hay ninguna, y las pocas que hay son prolongaciones de El rey león. Pagamos por ver lo bonitas que son y la nostalgia que nos producen.

            El ciudadano empieza a no creer en lo que podría conseguir. Es el primer síntoma de cómo el poder se impone a través de la indiferencia. El poder ha descubierto que el comportamiento que mejor funciona es permanecer sordo, no hacer caso ni al bien común ni al sentido común, una vez se ha impuesto la losa de que todo lo que se pida resultará inalcanzable, e inútil el cómo se pida. Las cargas policiales las llevan a cabo los medios de comunicación afines. Esa es la razón por la que no hay noticias, ni protestas, ni una iniciativa crítica que nos muestre que si la juventud no puede acceder a una vivienda en España es porque la juventud ya no importa. Podemos prescindir de ella, la consideramos nuestra juventud sólo hasta el momento en que tiene que desempeñar su papel. Como no puede, porque no se le paga un sueldo, ni tiene acceso a una vivienda; como de nada sirve que proteste contra esta situación, hay que dejar que se vaya al extranjero, al exilio, y seguir amasando el conservadurismo de derechas e izquierdas que padecemos.

            Hace ya decenios que vivimos en un país de contertulios. El Congreso es un plató de televisión, y las noticias que emanan de él están tan marcadas por la imbecilidad ideológica que no son noticias ni para el partido que las origina ni para el opositor. La realidad es un escenario donde nunca aparecen los actores principales, los que todo el mundo espera. Es una partida de cartas en la que sólo se lucha por el dinero. Tan simple como eso. Nos han prohibido el escándalo. Ya nos es imposible escandalizarnos, porque nos han acostumbrado a él. La verdadera pandemia que estamos padeciendo es la del conocimiento de la verdad, pero también nos han vacunado contra esto.

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑