La nueva democracia

Lo que está ocurriendo con el biunvirato Musk/Trump, por este orden, supone la invención de una democracia nueva, o de un nuevo tipo de democracia. Ha habido muchas, pero la que estos dos encarnan seguramente cumple los sueños de la mayoría que los ha votado. Todo lo que dijo Benjamin se está haciendo realidad: el hombre está preparándose para vivir sin cultura, sin tradición y sin proyectos de futuro. Surge el hombre televisivo, el hombre que no ansía más que la justicia que él mismo puede tomarse, es decir, el hombre más cercano a aquel personaje de cómic: el Juez Dredd. Un hombre sin sabiduría, o con una sabiduría en cursiva, amasada y administrada por los lobbies que le han infundido su ideología y su radicalismo. Tales sueños, por fin, están basados en lo más primario, y lo más primario del estadounidense moderno es el hartazgo, los deseos de venganza que aparecen en la mayoría de las películas que consume. La justicia en aquel país es como la sombra de justicia que se dirime en las películas. No es real, pero al menos lleva a la gente a pensar que podría serlo si aparece Silvester Stallone o Chuck Norris, o Arnold Schwarzenneger. Es lo que Trump prometió en su campaña electoral: realizar los sueños de una clase que sólo bebe cerveza y ve la televisión.

            Los que asaltaron el Congreso pedían la extradición de los inmigrantes, el levantamiento de un muro contra los que llegan desde México, y la conversión de la democracia estadounidense en una dictadura populista contra el derecho internacional, sufragado con el armamento de la OTAN, que pagan los estadounidenses con el dinero de sus impuestos. Así que ahora Musk es el que marca la economía del Tesoro y vuelve monopolístico, es decir, propio, el programa de inversiones que mueve la política internacional y la del país. Trump ha llegado a dictar sanciones contra el Tribunal Penal Internacional, por acusar a Netanyahu de genocida. El mundo cambia por efecto de una mayoría que no cree en la democracia, aunque utilice las urnas. La única oposición que se planta contra esa mayoría son los jueces, que intentan paralizar una política que nada tiene que ver con la constitución americana, y en cierta medida pretende destruirla. De modo que, igual que hemos temido alguna vez en Europa el huevo de la serpiente, los movimientos de ultraderecha, en los Estados Unidos, nada menos, empieza a forjarse una democracia que sólo gestiona los intereses de los que votan al ganador. El principal país de la OTAN empieza a imitar a Putin. Algo tendrá Putin que también colma los sueños del hombre capitalista.

           Todo se hace bajo amenaza, por la sencilla razón de que los que han votado a Trump quieren que la realidad sea como en las películas. El argumento de aquella novela de Phillip K. Dick, El hombre en el castillo, se vuelve tangible, deja de ser una ucronía y convierte a Europa en algo de lo que puede prescindirse. En los EE. UU. se necesitaba una nueva totalidad o, al menos, un presidente totalitario que vaya contra los procedimientos que usaba la democracia. Esa es la razón por la que Europa ha de dejar de depender de los EE. UU. Hemos de ser fuertes por nosotros mismos, porque ya no se puede confiar sólo en la fuerza. Hay que confiar en una política que no pueda volverse contra sí misma, en una democracia que no puedan cambiar los que ganan las elecciones. Ha de haber principios evidentes, que todo el mundo identifique, principios en los que creer, no sólo en los que sustentar las cosas. Hay que crear democracias en las que un tipo no pueda traicionar a los que no lo han votado, sólo decepcionarlos.

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