La historia del hombre es la historia del oro. El oro no es un símbolo de riqueza, sino de soberbia, de orgullo. Todos los que han querido estar por encima de los demás se han adornado con él, y la llegada del capitalismo, esa imbecilidad que ha construido el infierno en que vivimos, ha basado todo un modo de vida en su posesión. Ahora resulta que el oro se ha convertido en un refugio. ¿Pero para quiénes? Para los que ven amenazados sus intereses por el mundo que está surgiendo justo en estos momentos: Ucrania, Gaza, un déspota inventado por los deseos de venganza de la clase media americana, un genocida que repite lo que hicieron con su pueblo y su religión, como si fuera lo más lógico y tuviese, al hacerlo, un derecho legítimo a deshacer el derecho internacional y el resto de los derechos humanos. Pensábamos que la siguiente hecatombe mundial sería una guerra de religión, o que enfrentara al mundo emergente contra el otro, o a oriente contra occidente. Pero no. Será una continuación de la guerra de siempre: el enfrentamiento entre ricos y pobres, con el objetivo de que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. El desalojo de Gaza no es más que un plan de especulación inmobiliaria para reconstruir una nueva ciudad de Las Vegas donde no podrán sentarse en las aceras, y pedir limosna, los dos millones de palestinos indigentes. Será como la casa de Poltergeist, levantada sobre un cementerio.
Frente a todos estos avatares de futuro, el capitalismo necesita el refugio del oro. Aunque termine fundido en sus búnkeres, por causa de las explosiones atómicas, el oro seguirá siendo el oro. Alguna vez será recuperado y adornará de nuevo a los supervivientes, que seguramente parecerán alimañas semejantes al hombre actual que maneja el poder. El capitalismo nunca podrá ser refundado, como dijo Sarkozy. Sólo podrá ser reinstaurado. A los ricos no les importa la guerra, la vida y la muerte, ni siquiera las suyas propias. Sólo les importa el oro, el valor especulativo y lo que puede hacerse con él, se esté vivo o muerto. Nos hallamos al borde de una conmoción mundial, pero el oro sigue subiendo de precio. Poseerlo no es que sea una forma de sobrevivir, sino de seguir siendo en el más allá lo que uno siempre ha sido. El oro sube porque será lo único que se pueda legar, y legar será la única forma de sobrevivir. ¿Legar a quién? Eso nadie lo sabe. Sólo lo sabe el oro.
Vamos entendiendo que las guerras originadas en Europa y Oriente Medio no son más que especulaciones económicas. El comercio mundial da pocos beneficios, así que hay que ir a buscarlos mediante la conquista, la expansión, la limpieza étnica. Hay que volver al colonialismo. ¿Cuándo aprenderemos? Soy optimista, así que creo que nunca. El capitalismo no da para más. Es un camino sin salida. Si alguna vez se ha pensado que es el mejor sistema, el más justo, quizá sea porque el hombre tampoco da para más. Cuando sólo quede un ser humano en el planeta, como en aquella obra de Matheson, Soy leyenda, ese hombre utilizará los lingotes de oro para partir almendras y pensará que, aunque las almendras las da la naturaleza, el instrumento lo ha aportado la civilización. Entonces se convencerá de que los lingotes se fabricaban para partir almendras, y creerá que el hombre elegido por dios seguramente fue, en el pasado, el que más instrumentos para partir almendras tuviera.
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