Si San Juan hubiese incluido trompetas, tambores y salvas en su Apocalipsis seguramente las reconoceremos mañana, en la toma de posesión de Donald Trump. Más que reconocimiento, será el pálpito de que la última y más espectacular profecía va a cumplirse por fin: aquella que predijo que nuestra imbecilidad nos haría cruzar una línea de no retorno hacia un mundo donde los EE.UU. ganan la Guerra del Vietnam e invaden Europa para instalar una antena wifi de alta ganancia sobre la tumba de Homero, en la isla de Íos. ¿Nuestra imbecilidad? En realidad, sólo la de una pequeña mayoría que hay que comprender, porque si no habría que imitarla. Los que han votado a Trump son semejantes a los que han votado a Ayuso, y que en nada se parecen a ninguno de los dos, pero ansían ser como ellos. Ambas son la misma mayoría. Los pobres, los hispanos, los taxistas de Vallecas que han votado a uno de los dos, en Madrid o Kansas, no lo han hecho porque crean que son buenos gestores o buenos políticos. Los han votado porque no quieren perderse el espectáculo de lo que puede hacerse cuando se tiene poder y existe la posibilidad de hacer con él cualquier cosa. Para sus votantes, lo que hacen Trump o Ayuso son como un programa de cocina entretenido. Nadie sabe qué va a salir de la sartén, pero les gustaría estar en su lugar, con cientos de cámaras por delante.
Podemos verlo así: los hispanos que cruzaron el río Grande quieren que ningún hispano más entre en el país de la libertad. Han votado por la valla, por las deportaciones. Han votado por que el poder sirva para algo, no solamente para fingir políticas. Votan para que se utilicen los misiles nucleares, votan para que el bien y el mal lleven a cabo las guerras que no pudieron acabar Dante ni Dostoievski. Durante años, los partidos clásicos habían temido que los que quieren destruir la democracia se presentaran a las elecciones y las ganasen. Lo que ha pasado con Trump es distinto: nadie sabe qué se propone y, menos que nadie, él mismo. Sin duda, comienza la decadencia y ruina de los Estados Unidos de América. Habrá que resucitar a Gibbon para que haga la crónica. Occidente está perdido ante este Jocker que busca, igual que un Jaimito, un final apoteósico. Supongo que atracará el BCE, como la banda de los Dalton, para darle todo el dinero del mundo a su hijito mimado, Elon Musk, así podrá incorporar sillas eléctricas en los asientos del copiloto, por si hay que gastar una broma en las despedidas de soltero.
Supongo que los que más temen al nuevo presidente son Putin y Xi Jimpin, casi tan malos como él, pero penosamente más lógicos. Para el chino y el ruso, el mundo no era más que la esperanza de un imperio personal, algo que incorporar a sus biografías. ¿Pero para Trump? Eso nadie lo sabe. Trump es una mezcla de Chiquito de la Calzada y el glifosato de Monsanto. Es tan capaz de divertirnos como de matarnos. Con el inicio de su mandato, lo que realmente entra en crisis es la civilización. Cierto que estaba muy sobrevalorada, pero al menos nos mentía usando parábolas, igual que una abuela desalmada. A partir de mañana, cuando el hombre occidental tenga que hacer planes para la vida, tenga que invertir en bolsa o construir un mundo para sus hijos, que no confíe en la economía o en la educación. Lo único que le servirá será una ouija.
Deja un comentario