La élite

Hace unos días, la última ganadora del premio Planeta, Paloma Sánchez-Garnica, hizo unas declaraciones que aparecieron en un periódico nacional donde decía que “un escritor no puede escribir para la élite, eso es una estupidez”. Tal afirmación esconde, sin duda, muchos contrasentidos. Teniendo en cuenta el número de lectores que existe en España, todos los autores escriben para la élite. Los que leen en este país son ya una élite. Supongo que no se trata, por tanto, del número de lectores, sino de los lectores que buscan un sentido en lo que leen. Habría, entonces, que matizar. Lo que la señora Sánchez-Garnica supongo que ha querido esconder en esa afirmación es que es estúpido escribir para otro tipo de público lector que no sea el que ha creado la plataforma que la paga a ella por escribir, usando la libertad -temas, estilo y planteamientos- que esa plataforma, y sólo esa plataforma, le ha concedido como escritora. Quizá esta escritora no esté al tanto de en qué se ha convertido lo que hasta hace poco se consideraba literatura en este país. El hecho de que se compren libros no supone que los libros publicados signifiquen algo, ni que planteen ideas que amplifiquen la visión del momento que vivimos, ni arrojen luces que alumbren el vacío totalitario que nos rodea y que supone una censura velada, también para la propia Sánchez-Garnica, aunque sea una censura que la beneficia.

               Dicho esto, estoy de acuerdo en que escribir para la élite es una estupidez. Nadie escribe para la élite, quizá exceptuando a Ortega, que creía en ella porque tuvo el sueño de que España la merecía. Ahora necesitamos otra élite que nos libre no de los prejuicios que existen en torno a la novela comercial, sino de las cortapisas que hacen que ninguna otra novela pueda llegar al público. La señora Sánchez-Garnica acaso no se da cuenta de que no existe otra novela, gracias a los prejuicios, seguramente corporativos, que han hecho que la literatura con otros planteamientos esté dejando de existir. Confío en que la autora siga escribiendo para que compren sus libros. Es lo que todo el mundo hace: escribir para acceder a la publicidad, a la industria, a los números, para entrar en esa sauna en la que siempre aparece alguien muerto cuando el vapor se disipa, como en aquella novela de John Hawkes.

            Espero que en este país se escriba de vez en cuando una buena novela. Hasta confío en ello. No sé si ocurre, pero esa novela nunca ganará el Planeta. Y si lo gana, peor para el autor. También sé que el único público que lee lo hace porque cree que la novela comercial es lo máximo a lo que puede aspirar. No hay otra realidad, porque tanto la educación como la llamada actualidad literaria, que no son más que desfiles de Victoria’s Secret, han quitado a ese público la capacidad de leer Moby Dick, o La transformación. Ahora aburren, aunque son más actuales que cuando fueron escritas. En cuanto a la novela comercial, quizá haya alguna que merezca la pena, también confío en eso, pero las vidas que habría que perder leyendo el resto de novelas comerciales, hasta descubrirla, hacen que uno prefiera leer lo que ha pasado a ser aburrido. En cuanto a esa élite a la que se refiere la señora Sánchez-Garnica, sólo puedo imaginar una: la de los hombres-libro que aparecen en Fahrenheit 451. ¿Se imagina que alguno de ellos llevara en la cabeza un premio Planeta? Asistimos a un tiempo que no tiene parangón: el de una multitudinaria y aceptada esclavitud. El miedo de Joseph K. se ha trocado en placer. Nos vigilan y persiguen porque lo ansiamos, y nuestros triunfos no son más que fracasos, pero vistos en un espejo, como dijo León Bloy a propósito de el bien y el mal. La novela tiene por delante un recorrido que aún no ha descubierto, y no precisamente la novela que se vende. Esa sólo gusta a la mayoría, y gusta sólo mientras se lee. También gustó mucho Madame Bovàry, pero ya no se habla de por qué, siglo y medio después de su publicación, no ha dejado de gustar.

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑