¿Queremos ser felices?

Según el Ranking Mundial de la Felicidad 2024, publicado por Naciones Unidas, España ocupa el puesto 36º del mundo. Los primeros son los países del norte de Europa, algo que en el fondo sabemos, pero nunca nos atrevemos a decir: Finlandia es el primero, y le siguen Dinamarca, Islandia, Suecia… El quinto puesto es para Israel, pero Israel siempre compra alguno de los puestos de cabeza, como en Eurovisión. Después vienen Países Bajos, Noruega, Luxemburgo, Suiza y Australia. Esta es la lista de los diez primeros, que se elabora preguntando a la gente que vive en cada país cuál es su percepción subjetiva entre vivir la peor vida y la mejor, puntuada de 0 a 10, como en el cole. Para elaborar el informe se utilizan los datos de la Encuesta Mundial de Gallup, que tiene en cuenta además seis factores: niveles de PIB, esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción. Estos factores se comparan con los de un país imaginario, llamado Dystopía, que sería el peor del mundo. Los países más cercanos a Dystopía son Afganistán, Líbano (atacado por Israel), Lesoto y Sierra Leona. Quizá el próximo año Estados Unidos, aliado de Israel, le estropee el índice de felicidad a Dinamarca, por el asunto de la invasión de Groenlandia, y también a Panamá, que ocupa el puesto 39º, muy cerca de nosotros. Si Trump envía los marines a Panamá y Groenlandia no será para recuperar el canal y hacerse con el monopolio de las tierras raras, sino para escalar algunos puestos del índice de felicidad, ya que Estados Unidos ocupa el número 23, un lugar inopinadamente elevado, quizá debido a que sólo hayan votado los afiliados al Obamacare.

            Así están las cosas en el mundo. Tantos elementos objetivos proyectan una larga sombra sobre algo que puede considerarse una percepción absolutamente personal. Por ejemplo, hay quien piensa que los Estados Unidos deberían ser Dystopia, o Israel, o Rusia, que ocupa el extrañamente merecido puesto 72º, después de quitarle algunos a Ucrania (puesto 105º). Lo que está claro es que la percepción de la felicidad aumenta, exceptuando a Rusia, conforme nos acercamos al Polo Norte. Además, por generaciones los jóvenes de menos de 30 años menos felices están en Estados Unidos, Reino Unido y Canadá, dato que ha sido achacado al hecho de que los jóvenes de estos países están cada vez más expuestos a un maremágnum de comunicaciones negativas, sin duda proveniente de internet. El meme es implacable. Quizá esto esté ligado a la circunstancia de que la juventud ya no se siente capaz de cambiar el mundo, ni siquiera de tener el dinero suficiente para vivir en él de alquilada.

            A tenor de todo esto, está claro que el progreso no se traduce en felicidad. Habría que volver a definir progreso, y también felicidad. Los países nórdicos, donde más se suicida la gente, son sin embargo los países más felices para la gente mayor de 60 años. Acaso sea debido a que la felicidad es directamente proporcional al grado en que se va perdiendo la esperanza. Esta pérdida podría ser considera casi un logro beatífico. Pocos organismos internacionales, como las Naciones Unidas, han reparado en que lo que estamos construyendo es un abismo donde el hombre se extasía y, hasta que muere de felicidad, no hace más que resolver un solitario.

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