Poco a poco, y sombríamente, Europa está cumpliendo todas las condiciones que la llevaron a la Alemania de 1933. Así son las democracias en las que los que votan no tienen una mínima visión del pasado, ni una necesaria atención al futuro. En Europa, la democracia está fracasando. Todos sabemos las razones: la desconexión entre política y pueblo, que hace que la gente crea a una ultraderecha que miente y a una extrema izquierda que nunca cumple lo que promete. Otra razón es la existencia de esos vasos comunicantes entre la política y los poderosos, que convierten al europeo en una gallina de granja a la que hay que explotar. Me hubiese gustado que la unión europea -con minúsculas- hubiera sido distinta, y no se hubiese articulado únicamente en torno a un banco. Hubiera sido preferible hacerlo en torno a una cultura: la de Erasmo, la de Moro, la de Carlomagno y la de Broch, Kafka, Shakespeare, Cervantes y Montaigne. El primer síntoma de que la democracia fracasa, y lo estamos presenciando en España, es que todo da igual. No existen instrumentos para saber las diferencias entre mentira y verdad, y tampoco importan, ni la verdad, ni la mentira.
Consecuentemente, muchos europeos empiezan a aspirar a destruir Europa. En Alemania se ha aprobado la ley que impide que los partidos antisistema utilicen las urnas para acabar con la democracia. Si éstos llegan al poder, esa ley no servirá de mucho, pero al menos es un canto de cisne. La culpa no es de esos partidos, sino de los europeos que los han votado en Hungría y Polonia. El voto por desconocimiento es siempre reaccionario. Los que no han adquirido una opinión crítica basada en la conciencia de la democracia utilizan la que los manipuladores ponen a su alcance. De modo que empezamos a vivir en una Europa de zombis. El zombi es alguien que jamás ha ido a la escuela, o no han sabido enseñarle nada en ella. La educación hace tiempo que es incómoda, porque empieza a utilizarse con fines simplemente políticos, y la política es la que más ignorantes contiene.
De modo que empezamos, otra vez, a incubar el huevo de la serpiente. El proceso es cíclico en Europa. El continente que dio origen a la cultura, aunque la llamemos cultura occidental, es el que siempre sufre esa amenaza de retroceso. No existe otro retroceso, pese a todas las advertencias que anuncian que estamos traicionando los principios que habíamos sido capaces de mantener hasta el presente, y que han pasado por tantas situaciones críticas. Cultura y justicia. Todo lo que no sea eso es volatilidad, y esa volatilidad provoca que todo dé igual. Replanteemos la política. Volvamos a una conciencia ética no por recuperar principios, sino por imponer unas coordenadas consensuadas, propias y libres. Si no lo hacemos así, otros impondrán un orden que nada tendrá que ver con la libertad.
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