Reset

A la sociedad obediente en la que estamos, sin sufrimiento, pero también sin proyectos ni sueños, sólo le queda un camino que no ha elegido, pero al menos ha heredado. Es el que presenciamos desde que nacemos, aunque poco a poco nos lo han puesto delante sin los significados que tenía. Se trata de un camino que se mantiene, que siempre ha estado ahí: el de las tradiciones, el de lo antiguo, ahora vacío de sentido. Cada vez somos más fieles a unas celebraciones que ya no son lo que eran. Los significados no persisten. Vemos un cine, leemos unos libros que apenas dicen nada. Vivimos una navidad por el paréntesis que crea en nuestra vida laboral, o familiar, pero estamos muy lejos de entender los motivos por los que se celebra, aunque en España esos motivos nunca han estado demasiado claros. Conservamos un montón de tradiciones postizas. Muchas religiosas, pero otras no: el fútbol, los deportes de todo tipo, siempre que quien los lidere sea nacional, o la ideología, o los toros, o las ferias. Son ceremoniales que nos definen, aunque no sepamos ya en qué sentido.

            Son nuestros determinismos, aquello a lo que no podemos renunciar. Sin embargo, hace tiempo que hicimos un reset en nuestro pensamiento, para empezar de cero. No se nos pide que sepamos en qué creer ni por qué. Las enormes compras navideña, por ejemplo. Gastamos infinitamente más de lo que necesitamos, de lo que tendría sentido, sólo por no dejar atrás ninguno de los pasos del baile de lo que se supone que debería ser una cena familiar. Fórmulas y más fórmulas. Además, parece una competición. Competimos sin que los demás nos vean, contra nosotros mismos, contra el cumplimiento de un canon cuyas bases han puesto los que tenemos por encima. Habría que preguntarse qué es lo que empieza a vaciarse, para que las ceremonias aparezcan de esta forma en nuestras vidas, como penitencias por faltas no cometidas.

            Sin duda, es necesario apoyarse en algo: las relaciones personales, la unión familiar, la vuelta a algo que hemos sido o hemos tenido. No obstante, los últimos esquemas son más a menudo la descomposición de un momento que empieza a desaparecer, y donde el dinero toma el protagonismo, como si viviéramos el proceso de arriar los botes del Titanic. Quizá habría que volver a celebraciones más austeras, en las que la conversación fuera más importante que las repeticiones y los excesos. Quizá esto nos hiciera pensar en la inmensa parte del mundo que no vive con los mismos merecimientos que nosotros. Hay muchos hombres y mujeres perseguidos por la guerra. Cierta parte de la humanidad ya no alcanza a pertenecer a ella, por ser culpables o por ser víctimas. Somos conscientes de que esto es así, pero parar nuestros relojes en las doce uvas, o en la comilona de nochebuena, o ante el mostrador de Zara, o ante el de la administración de lotería no va a librar al mundo de todos los problemas que tiene. Sólo es una propuesta, pero deberíamos vivir nuestra felicidad más en silencio.

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