¿Recuerdan que hubo una época en que la música, incluso la música clásica, la literatura, la arquitectura, la pintura eran revolucionarias? Revolucionarias no en el sentido de querer modificar los valores, de cambiar el mundo, sólo en el sentido de cuestionarlos, de adelantarse a todo. En el sentido de proponer rupturas impensables en épocas anteriores. Wagner, el expresionismo, la arquitectura de Frank Lloyd Wright, la música de los 80 fueron rupturistas no porque nos inspiraran revoluciones, sino porque nos hicieron mirar a lugares a donde nos habríamos cambiado para iniciar una vida nueva. El arte ha sido un producto de las ideas, de los sueños de cada época, hasta ahora. Miren lo que se crea ahora. Las artes parecen el producto de una cadena de montaje, a menudo de esa llamada inteligencia artificial. La inteligencia artificial va a ser aceptada sin criterio en la época que vivimos, porque siempre será mejor que lo que hacen los humanos. La inteligencia artificial nos ha superado no en artificio, sino en inteligencia.
Resulta curioso que el cambio de la posibilidad de un futuro a un completo vacío se ha hecho de dos generaciones. Se desmanteló la educación en los 90, entró la libertad -o esclavitud- tecnológica en los 2000 y actualmente todas las artes han ido vaciándose de contenido, es decir, han empezado a dejar de ser artes. El premio Turner, o ARCO, son suficientemente ilustrativos. El regaetton es un grito apasionado por el electroencefalograma plano, algo así como La libertad guiando al pueblo, pero hacia la estupidez. Y las series televisivas, junto con los panfletos de Disney y las listas Guinness de Netflix han llegado a cambiarle el nombre al cine de Wells, de Coppola o Haneke : ahora el cine de calidad se llama superproducción. Nadie protesta, porque a esas dos últimas generaciones les han enseñado a aburrirse, mediante adecuados tratamientos de hiperactividad, con lo que había anteriormente. No es que los jóvenes no sepan apreciar la calidad de esas películas, de esa música o esa literatura, es que no tienen tiempo de apreciarlas. No existe en ellas el suficiente movimiento, o el suficiente caos.
En otras palabras, la época que vivimos no está planteando un cambio de pensamiento con respecto a la anterior, como todas las épocas con rasgos propios que nos han precedido. La época que vivimos plantea abandonar el pensamiento. Dejar de pensar. ¿Por qué? Porque interesa a unos pocos, como siempre. Interesa a la política y a la economía. Pronto no será necesario decir quién ha escrito tal canción y tal libro. Nadie querrá saberlo. Pronto no iremos a la escuela para encontrarnos a nosotros mismos, sino para encontrar a los demás, y ser iguales a ellos. Será más importante igualarnos escuchando La potra salvaje, que diferenciarnos, como nos diferenciábamos, escuchando Take the long way home, de Supertramp. Quizá no haya salida para el camino que ha tomado la civilización, porque ese camino nos lleva a dejar de ser civilización. Al menos, existe un consuelo para los que vivimos todo lo anterior: tenemos reservado un último momento de nostalgia, antes de que llegue El planeta de los simios.
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