No mires al este, ni al oeste

El ascenso paulatino de las autocracias nos ha llevado a ver cómo Rusia invade Ucrania, y cómo China se alía con Rusia, en un intento de establecer un nuevo orden mundial. Hace siglo y medio que esto se veía venir. Desde las cruzadas, occidente ha tratado de imponer el verdadero dios en Oriente Medio, cosa que Israel está culminando, y más tarde, con la guerra del opio, impuso el capitalismo en el Extremo Oriente, es decir, en un mundo muy elegante pero desconocedor de la forma en que el dinero pone firmes a las sociedades. Ahora China es la más capitalista, en el sentido de Mr. Scrooge, y cree, junto a Putin, ese Miguel Strogoff que cruza la estepa en busca de gas, que las cosas en el mundo han sido iguales durante demasiado tiempo. Los vientos de guerra llegan a Suecia, y los silos nucleares vuelven a engrasarse, por si fuera verdad, como se dice por ahí, que el reggaetón y Facebook están deshormonando los principios morales en occidente.

            Además, está el problema de la filosofía. Rusia y China la han soportado más de lo que son capaces, a pesar del vodka y del baijiu. La filosofía europea ha estado sobrevalorada demasiado tiempo. Al menos, ahora EE.UU. ha tomado cartas en el asunto con Linda McMahon, previsible Secretaria de Educación. Allí los problemas son otros, pero sin duda conseguirá cambiar las armas en los institutos por hostias como panes, si le deja la Asociación del Rifle. Algo es algo. Europa está muy vista, y la paz occidental, unida a la detestable socialdemocracia, es algo que hunde moralmente a todos los millonarios del mundo. Los derechos laborales, por poner un ejemplo, están a punto de saltar por los aires. A juicio de todos los que van a invadirnos, Charlot echaba un número ridículo de horas de trabajo en Tiempos modernos.

            Así que, en realidad, la víctima de la guerra que se avecina es Europa. Europa ha constituido una idea insoportable durante muchos siglos. Lo que en realidad quieren Rusia y China, ahora apoyadas por EE.UU., es pasarse por la piedra el canon occidental, que ha sido una cartilla de racionamiento para elitistas insoportables que leían a Stendhal. Quizá la única solución para lo que se avecina sea no mirar al este, y tampoco al oeste. La guerra es la del dinero contra la cultura. El dinero, el pobre, no puede hacer otra cosa que comprar. La cultura, al menos, significa, y los significados son lo único inasequible para el dinero. Hay que borrarlos de la faz de la Tierra, aunque sea quemando diccionarios.

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