Una de las cuestiones ineludibles, si queremos saber hasta qué punto el hombre occidental es libre o está sometido, consiste en ver cómo ha evolucionado la democracia. ¿Se trata, como dijo Churchill, del menos malo de los sistemas de gobierno? Y, si es así, ¿hacia dónde nos ha llevado desde que las mujeres adquirieron su derecho a voto, desde que se convirtió en el marco donde fueron conquistados derechos laborales y derechos humanos? ¿No parece que ahora todo eso vuelve atrás, a pesar de instituciones fuertes y casi centenarias? Todo está marcado por la volatilidad, a pesar de un sistema judicial que parecía sólido e indestructible, pero al que la política ha eximido de sus funciones. ¿No está matando a la democracia el sistema sobre el que está asentada?
Si desde Pericles la democracia es el gobierno del pueblo, en las democracias europeas y americanas modernas, entre las que se encuentra la española, el gobierno democrático se elige cada cuatro años. Eso sirve de coartada para algo que sería impensable según la etimología: que el pueblo, en cada votación, renunciase al control que ha de ejercer sobre el gobierno elegido. Nunca en nuestra historia se ha ejercido -y pongo a España como ejemplo- menor control sobre los que gobiernan. No depende del partido, ni de la ideología. Depende de la impunidad que concede haber conseguido el voto de ese pueblo que nunca lee los programas de gobierno, porque no cree en ellos. Y si los leyera daría igual, tampoco se aplicarían. El control no pueden ejercerlo los otros partidos, porque tampoco ellos se encomiendan a ese control. Y la justicia, politizada en los dos altos tribunales que tenemos, tampoco puede hacerlo. Sólo sirve para salvaguardar la injusticia.
¿No estaremos eligiendo una dictadura cada cuatro años? ¿Es la única salida que nos deja votar a los que han de representarnos? Acaba de ocurrir en los Estados Unidos. Un señor está en disposición de traicionar, por su santa voluntad, la política internacional con la que se había comprometido su país durante décadas. Tiene procesos pendientes, que quedarán derogados. China y Rusia son dictaduras, pero gloriosamente elegidas. Inician contiendas, comerciales y bélicas, porque saben que las naciones sobre las que se apoyan las democracias occidentales nada tienen que ver ya con sus gobernantes. Han perdido el contacto con ellos. Lo mismo ocurrió en la Alemania de los años 30, cuando un dictador elegido por un pueblo al que la propaganda llevó hasta ese error desmanteló la nación. Tengo la impresión de que ni las manifestaciones, ni los partidos de la oposición, ni los tribunales, ni las oraciones son oídas por los gobiernos que ganan los comicios. Estamos en un país donde el pueblo ni está representado en su parlamento, ni puede acercarse a él. En cuanto a los que ocupan los escaños, los ha puesto allí la votación del Festival de Eurovisión: nunca gana la mejor canción, sino la que más llamadas telefónicas consigue. La actual derechización del mundo es más bien un proceso de disolución de la democracia. Eso sí, decidido por el pueblo.
De acuerdo contigo, la culpa la tenemos los votantes.
Me gustaMe gusta