Los intereses de la posverdad están tomando las riendas del odio. Cómo, dónde y por qué el odio se plantea y se distribuye como lo están haciendo son preguntas que hubieran podido contestar los personajes de Barrio Sésamo. Preguntas más simples que el mecanismo de un cubo, por eso tanta gente se lanza a las redes, como cruzados, para colocar la verdad con las patas hacia abajo, que es lo que se hace con las tortugas que están al revés, sin preguntarse quién las ha puesto así. Lo importante del odio, que hace ya tiempo que se concibe como una industria, es que desgasta a una persona y libera a muchas. Los que odian no van al psicólogo, porque el odio es especialmente vivificador, ya que es anónimo. Puedes decir lo que te dé la gana, lo que nunca dirías en una entrevista de trabajo, o en una cita amorosa. En eso consiste la maldad de los haters: en que insultan y agreden no porque odien al insultado y agredido, sino porque se liberan ellos mismos.
A veces, esas multitudes que odian salen de casa, siempre con un catecismo en la mano, y se enfrentan a la policía. ¿Alguien cree que tienen razones que puedan desarrollarse más allá de un grito, o un eslogan? No. Postergar su odio supondría que son capaces de articularlo y, por tanto, dialogar. Hay odiadores solitarios, gente que salta a las redes para ponerse una careta, y quizá hasta son mujeres y hombres tranquilos en sus casas, que comen con los amigos, o andan por la calle sin lanzar patadas a cualquiera por llevar puesta una chupa que no les gusta; y hay también odiadores espoleados por la industria, odiadores que son mano de obra, llevados de aquí para allá como paquetes de Amazon, o pluriempleados de la CEOE. A estos últimos no les gusta el odio solipsista de insultar en las redes. Necesitan la masa, porque la masa es con lo que más se identifican. Machado, en su Juan de Mairena, lo describió muy bien: es aquel hombre que, en la plaza de toros, ante un aplauso generalizado por la faena del torero espera, quieto en su sitio, a que el aplauso cese para silbar al final, no contra el torero, sino contra el aplauso.
En efecto, en España el odio es una industria, una fuente de ingresos equiparable al turismo, o a la credulidad. El odio da mucho dinero, cambia gobiernos y hunde en la miseria a personajes equivocados. Lo ponen en circulación los periódicos, los propios políticos, y siempre se convierte en algo que proviene de la opinión pública, que es lo único que puede forjarse sin dar un solo martillazo sobre el yunque. Ante el odio existe poca defensa, pues todos se ponen de acuerdo con las carencias de quien empieza a odiar. Si no hay muchos argumentos, cualquier nadería se vuelve una razón, cualquier apariencia una verdad. Sólo hay que tener fe, y no pensar nada. El odio es la única embriaguez con la que no te ponen multas en un control de tráfico. Siempre tiene un espejo en el que se mira: las adhesiones que muchos tienen, sin merecerlas. No sé qué será peor: odiar porque sí, o amar porque sí. Ambas me parecen actitudes de mitin multitudinario.
Gracias cada día por tus (no sé cómo llamarlos) aldabonazos.
Me gustaMe gusta
Gracias a ti, por la identidad que me ofreces, y que tanto ánimo me da para seguir. Un abrazo
Me gustaMe gusta