A raíz de las incompetencias demostradas en la riada de Valencia, empieza a surgir la petición -no la necesidad- de que se paguen responsabilidades políticas. Llevamos en España un periodo de treinta años en los que las decisiones políticas no se han pagado, y a veces estas decisiones han sido tan catastróficas como los errores cometidos por desatención o indiferencia. Tanto la desatención como la indiferencia, como la más evidente inoperancia, han sido incluidas en el modelo con que un partido afronta los problemas. Es decir, todo ha caído hacia el plano ideológico, del cual los culpables son los que han votado a ese partido. Ni siquiera lo es el partido. Me viene a la mente lo perpetrado en educación por los señores Marchesi y Solana, a principio de los años 90, con la LOGSE. Todos los profesionales dentro del sistema educativo, excepto los políticos, han estado sufriendo ese error que ha llevado a la educación a no educar ni formar ni enseñar a nadie, y de la que ahora surgen buena parte de los políticos españoles.
En cuanto a pagar responsabilidades, ¿sobre quiénes recaería esa función? ¿Sobre los tribunales? Están politizados. Si sus miembros deben sus cargos a la política, ¿cómo van a condenar a políticos? Y, en caso de ser jueces independientes, ¿cómo mantenerse al margen de lo que viene de arriba? En realidad, sólo pueden hacer cumplir la ley con políticos del otro bando, así que el concepto de responsabilidad en general, no sólo política, empieza a estar muy difuminado en este país. Ejercer la justicia impone la condición de no tener amigos, mientras que dedicarse a la política impone la de tener infinitos, sobre todo en el infierno. Así se llega al Parlamento, así se sacan discos y se publican libros, así se ponen al sol “a cuya luz se espulga la canalla” los que son gente digna de reconocimiento en España. Amigos, nada más.
Pagar por no cumplir con aquello para lo que te han puesto en un cargo político determinado no va con la política. Cuando uno entra en política sabe que ni siquiera el voto va a castigarlo. Cada día estoy más convencido de que el político no sabe qué le ocurre a la gente, cuáles son sus problemas. El partidismo, incluido el bipartidismo, está por encima de cualquier responsabilidad con la gente a quien se gobierna. Sería mucho mejor que al político no se le ocurrieran ideas, que todos estuvieran en un lugar parecido al que planteó Buñuel en El ángel exterminador, donde no pudieran salir, y dejasen gobernar a sus técnicos. Sería mejor que el político estuviera confinado en un organigrama donde el ascenso fuera infinito, donde nunca pudiera llegar a ser el líder, donde no existiera un líder, y la vida consistiera en leer a Maquiavelo y apuñalar a los opositores. Para ellos sería idílico, una barda para apoyarse y contemplar a lo lejos la felicidad. Y, por supuesto, que se pudiera mentir en televisión, en Las Cortes, hasta en el póker.
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