Gobiernos banales

Si hay algo que está marcando la evolución de las democracias occidentales, las democracias inteligentes, las democracias que suponen la culminación de los principios, la representatividad y el igualitarismo iniciados en Atenas hace 2.500 años, es la banalidad. Suponíamos que la definición de democracia la salvaba de llegar a donde estamos llegando, pero ese camino ha iniciado un retroceso que está transformando el gobierno del pueblo en gobierno de la chusma. El triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos es demasiado representativo de lo que digo. Un candidato encausado, con evidentes resabios antidemocráticos -no aceptó perder en las elecciones pasadas, y envió una turba de troles contra el Congreso estadounidense- acaba de ganar unas elecciones que son un producto del propio sistema del que surge la democracia: corporativismo, incultura e ignorancia programada en todas las sociedades para que el voto con criterio no sirva para absolutamente nada.

            Digámoslo claramente: el problema de la democracia actual es el votante. Quien vota no está a la altura de lo que supone votar. La educación, los medios de comunicación de masas, la ausencia de ojos que sepan ver la realidad, la indiferencia hacia la verdad y la mentira, el culto al ocio y el vaciamiento de cualquier actitud que suponga un criterio han hecho que el elector vote porque sí, a quien gana un debate, a quien baila en televisión, a quien miente descaradamente, sea su programa el que fuere. El proceso de invalidar las democracias, para convertirlas en máscaras de un dirigismo que sólo lleva al beneficio económico, hace ya años que se inició, en todos los frentes. Ahora, la era tecnológica está culminando ese proceso. Por otra parte, ya da igual al partido que se vote. No existen diferencias entre unos y otros. Todos los partidos montan el mismo negocio. Todos conducen a lo mismo: a que los que realmente mandan permanezcan en la sombra, a que los que ganan las elecciones en realidad no gobiernen.

            En efecto, la culpa es del público, aunque se trata de una culpa involuntaria. El votante no tiene otra salida. El esquema de la democracia actual es idéntico al de los mataderos que creó Temple Grandin. Los animales son conducidos a la muerte a través de caminos que no pueden abandonar, los de la comodidad, el ocio, el estrés, la publicidad vacua, la repetición, el debate sin contenidos, la estupidez del tertulianismo. Los candidatos, igual que los electores, surgen del sistema y obedecen al sistema. La democracia no es más que la guinda en lo alto de un pastel de intereses que nunca vemos. Trump ha sido creado por su público, y también por una estructura que consiste en que los muertos de hambre voten a los ricos porque los envidian, no porque los representan.

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