En un mundo en el que ya nada se sostiene, se ha puesto de moda lo sostenible. Sabemos que es sólo un reclamo, una especie de venda sobre los ojos para que no veamos que todo está en trance de venirse abajo. Decir que algo es sostenible es el último grito publicitario, una careta para seguir vendiendo, una expresión que nos recuerda el antiguo sistema de trueque, en el que dábamos lo que recibíamos. No obstante, utilizar la palabra sostenible es, ahora, una forma de saltar, sin mirar abajo, sobre el foso donde se esconde el vertedero de la producción industrial, que lleva al planeta hacia su fin, si él no nos lo impide.
Cuando se quiere remplazar el petróleo es cuando más petróleo se consume. Cuando intentamos reciclar el plástico es cuando más objetos hacemos de plástico, y cuando queremos recuperar el aroma del bosque es cuando más incendios intencionados se provocan. Si el mundo fuera una naranja, el hombre sería el moho que la recubre, dice un antiguo dicho. Todos los cambios que se han producido en el planeta, y cuyo responsable es el hombre, incluido el climático, son apocalípticos. El hombre está en este planeta para firmar el apocalipsis. A pesar de ello, aspiramos a ser felices, a tener una vida plena y a colocar a nuestros hijos en el primer día de la creación.
Lo malo de que cualquier proceso de producción se declare sostenible es que lo convierte de inmediato en una mentira. El problema estriba en que las mentiras ya no preocupan. Nacemos habituados a ellas. Somos incapaces de producir nada que no destruya el mundo que es nuestro hogar, porque todo lo que producimos lo hacemos para demasiada gente. En ese proceso, el hombre no existe, o quizá sólo exista el hombre. Así que cuando caen quinientos litros de agua por metro cuadrado en dos horas lo llamamos catástrofe. No es una catástrofe, es una tragedia firmada por nuestra propia mano. Nuestro nombre aparece bien visible en los tablones del teatro. Poco a poco estamos volviendo a los capítulos y versículos de la biblia, a Noé, al diluvio de la epopeya sumeria de Gilgamesh. Volvemos a los tiempos primigenios, o primordiales, que son los que más se asemejan a los postreros. Volvemos a las maravillosas secuencias de Soy leyenda. Mientras tanto el capitalismo, el que nos ha puesto en esta cadena de montaje, sigue haciendo cosas sostenibles. Es necesario simplificar nuestra vida, o sea, impedir que la riqueza vaya a un número cada vez más reducido de manos. Si no, lo único sostenible será el Armagedón. Para mostrarlo, me gustaría poner ejemplos sacados de San Juan, pero siempre que lo intento se me llena el ordenador de cookies.
Deja un comentario