Carencias políticas

Basta que ocurra un percance de soluciones complicadas para que, en este país, la política ponga de manifiesto sus carencias. Todo queda sumido en un problema de coordinación. Todo se improvisa. No es de extrañar que dos días sin comida, sin agua y sin medicamentos hayan convertido el desastre de Valencia en un enorme fresco de la incapacidad de los que nos gobiernan. Por desgracia, los políticos son lo que ya creíamos que eran cuando los elegimos: simples cabezas parlantes. Lo que los ha llevado arriba ha sido su ideología, no su gestión.  Eso es culpa del votante, que vota por razones que luego se vuelven contra él. Como gestores, los políticos sólo gestionan el sillón donde van a sentarse. Son piecitas de una partida de ajedrez que juegan los del Ibex 35. En España, y por tradición, no suelen actuar en favor del bien común de una población a la que, de la noche a la mañana, las aguas se la llevan. Nuestra historia durante el siglo XX -el 98, el novecentismo, la República- ya constituye un precedente inamovible de lo que está ocurriendo ahora, en un ámbito mucho más estrecho. Siempre ha sido imposible pactar con el otro bando, porque por encima del bien común están las diferencias irreconciliables.

            Han de ponerse en marcha el voluntariado, la solidaridad de la gente, los mecanismos que dependen de la política -bomberos, ejército, sin que a menudo esta tome decisiones para que actúen- los que tienen que arreglar las cosas. Todo ha llegado con retraso. España es un país que siempre llega tarde. Llegará con retraso al fin del mundo. Llegará con retraso a la salvación eterna, pese a la infinidad de iglesias que tenemos. Las estructuras, los caminos creados por la política constituyen una reválida continua de ineficiencia. Los políticos únicamente toman decisiones teóricas, porque no son capaces de aplicar aquello que piensan, aquello en lo que creen, en parte porque lo que creen es un dictado de instancias superiores. El “Soy un fue, y un será y un es cansado”, de Quevedo, el español lo superó hace tiempo. De hecho, si existiera un récord Guinness de cansancio moral, el español lo ostentaría desde el comienzo de esta democracia.

            En relación a la política, en realidad, no hay soluciones. Los dos partidos mayoritarios han probado que no están ahí para solucionar los problemas del país, sólo para gobernarlo. No tenemos estadistas, no hay nadie que piense en el futuro. El escenario de guiñol al que asistimos día tras día muestra a unos políticos que compiten entre ellos sólo para ganar elecciones. Es el ciudadano el que tiene que superar la política para conseguir cierta prosperidad. Casi todos los impuestos que se recaudan tienen un destino ideológico. Los derechos están bien, y la inversión ideológica en asesores y cesantes galdosianos, pero no a costa de negar agua y comida a las víctimas de la riada de Valencia. Los destinados a tomar decisiones políticas deberían cursar estudios de hambre, y estar tres meses metidos en una jaula sin comer, como el artista del ayuno, de Kafka.

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