Siempre he tenido la sospecha de que este mundo lo dirige el diablo. No el diablo de la religión, sino el de la estupidez. La religión es el saco que nos ponen en la cabeza cuando nacemos, para que no veamos la inscripción de Dante sobre la puerta no del infierno, sino de la vida: “Los que cruzáis, abandonad toda esperanza”. Digo que el diablo, porque es el que mejor sabe administrar eso: la esperanza. Aprendió en el Actor’s Studio, porque era un tipo guapo, pero más tarde dejó la actuación y se convirtió en guionista. De Hollywood, por supuesto. Sus guiones los escribe la inteligencia artificial. Actualmente todo va a mal, pero la zanahoria en la punta de la caña nos mantiene viendo los telediarios, como si de pronto, igual que pasa en las películas, todo pudiera cambiar, mejorar, como si hacer justicia fuera posible. Como si, conformándonos con esa ilusión, pudiésemos llegar a los muros infranqueables de la perfección, y poner a Bob Dylan a golpear en ellos.
Su guion preferido es el de las elecciones en los EE. UU., el país con menos libertad del mundo. Allí todo ciudadano está forzado a votar a un multimillonario, aunque sea pobre, y además con la obligación de estar orgulloso de aportar su grano de arena. Cuando sale un presidente, sólo tiene poder para decidir la guerra, nunca la paz. La paz siempre está fuera de su alcance. Está claro que lo malo de la sociedad estadounidense es pertenecer a ella. El votante es el más impotente del mundo, sólo puede aspirar a ser rico, no a ser feliz, o a tener cultura. Si no eres rico, sólo te queda no ser nadie, aunque sea el camino que más sentido confiere a la vida, y la única libertad a la que en realidad se puede aspirar, aunque acarree el ostracismo. El caso de Trump es curioso. Lanzó a una piara de bisontes armados a tomar el Capitolio, y puede volver a presentarse a las elecciones. Si Alexis de Tocqueville saliese de su tumba, habría que colocarlo en un sillón del Congreso, entre Groucho Marx y Joseph MacCarthy, para que los seguidores de Trump le explicaran a trompazos qué es la democracia.
Siempre ha habido guerras en el mundo, pero no debería tener sentido que uno sólo pueda tener una vida en condiciones dependiendo de dónde nazca. Europa es, también ahora, especialmente impotente. Ya no cuenta con Alejandro Magno, ni con Carlomagno, ni con Julio César, ni con Napoleón, y pensar en Hitler le da reparo, porque se parece demasiado a Putin. Además, en Europa todo el mundo tiene derecho de veto, como en la ONU, incluido Victor Orban, y nadie lo tiene a entrar en ella, igual que ocurre con el cielo. Menos mal que el diablo nos ha dado, de nuevo, un poco de esperanza. Nos cuenta chistes en las redes sociales para que nos riamos un poco. Nos invita a que leamos los manuales de derecho internacional. Últimamente, es la única forma de saber qué es el ser humano. Y de recibir un escarmiento.
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