Pijama de mercadillo

Siempre ha habido dos Españas. En cualquier ámbito que busquemos, siempre hay españoles enfrentados, diametralmente enfrentados, enfrentados hasta la muerte, porque el español es empedernido, nadie lo saca de sus convicciones, y normalmente esas convicciones son equivocadas. No porque estén basadas en argumentos inciertos, sino porque, sean cuales sean estos, ningún replanteamiento va a moverlas de donde están. Aquí el que piensa lo hace como un creyente, como un devoto irreductible. Pienso continuamente en esta actitud, he tratado de explicármela, y he llegado a la conclusión de que ese enfrentamiento irrevocable, abismal, endémico y eterno tiene su origen en el espejo de Blancanieves. Cuando los ricos se miran en él y se ven pobres, desprecian la pobreza. Cuando los pobres se miran y se ven ricos, envidian la riqueza. Lo mismo ocurre en política, en el mundo laboral, con la distancia entre los mundos que llevamos en la cabeza. Aquí siempre hay que pertenecer a un bando, porque eso marca el odio que debes sentir, y debes sentirlo sin cuestionarlo. Somos tan simples que todo se resume en lo único que es evidente: la diferencia entre ricos y pobres, cada vez más determinante en este país de conmociones.

            Los ricos y los pobres tienen la misma relación que Voltaire y dios: se saludan pero no se hablan. Podrían negarse el saludo, pero eso crearía problemas en un atasco de circulación, o en una cola para comprar el árbol de navidad, aunque no en la de la lotería, porque no todos necesitan que les toque. De cualquier forma, cada uno tiene una posición asignada demostrando hipocresía. Tenemos que cruzarnos en la calle, incluso hay ricos que han de tomar su propio dinero de manos de los pobres que trabajan en oficinas bancarias. Ese es un espejo que ninguno de los dos desea, porque se miran los dos a la vez, uno junto al otro. En la España actual, si tienes la enorme desgracia de moverte entre esos dos mundos, como si fueras un repartidor de Amazon, lo único que va a producirte sonrojo será ver cómo miran la sudadera de mercadillo que llevas puesta. Para ellos será un pijama que no te has quitado esa mañana.

            Se repite muchas veces: cada vez hay más distancia entre adinerados y aspirantes a una vida digna. A estos últimos desharrapados pronto no los dejarán entrar en las iglesias, a menos que parezcan turistas. Cierto que a veces esa distancia puede engañarse, como en Los intereses creados, pero uno refleja en la cara lo que lleva puesto sobre el cuerpo, incluso lo que piensa acerca de la justicia social. No sabemos cómo, pero así es. Los hombres con dinero tienen un olfato más fino que el de un podenco para estas cuestiones. A veces, incluso hacen gala de cierta camaradería con los pobres, aunque la diferencia de bienestar nos hace pensar a todos como niños. Podemos jugar con todos los que son de nuestra edad, pero el que tiene un Maserati aparcado en su garaje, junto al Corvette heredado del abuelo, siempre se preguntará por qué ese niño con el que juega de vez en cuando tiene un pijama de rayas.

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