En España jamás ha habido idealismos, sino ideologías. De la misma forma, nunca hemos tenido doctrinas, pero somos continuamente objetos de adoctrinamiento. Las doctrinas hay que asumirlas, los adoctrinamientos sólo son la difusión o aceptación de algo que a menudo ni nos pertenece. Nos hemos acostumbrado a recibir dádivas, o apoyos, o favores por nuestras posturas y nuestro voto. Así vive aquí mucha gente, pendientes de los resultados de las elecciones. La iglesia adoctrina en las escuelas públicas, la derecha adoctrina con la promesa de un estado de gracia en el que viviremos separados del populacho, en una propiedad libre de okupas, a ser posible en la uptown, y después en el paraíso terrenal; la izquierda adoctrina con la libertad, algo que nunca le ha pertenecido ni la ciudadanía ha tenido jamás a su alcance. En España, todo el mundo adoctrina con catecismos vacíos que contienen la dosis y la posología necesarias para que todas las ideas vanas que nos administran hagan su efecto.
Estamos rodeados de doctrinarios, y todo el mundo sabe que lo son, por eso la política no se basa en la fe en un modelo de sociedad. La política es un libro de recetas para no molestar a los 35 del Ibex. Hubo un tiempo, durante la transición, en que el comunismo entró y se convirtió en una amenaza. También los comunistas eran doctrinarios que traían los cambios sociales apuntados como si fueran los planos de montaje de Ikea. Ahora, toda la política de la derecha está basada en esa amenaza. Han resucitado al comunismo para tener personalidad, pero sobre todo para adoctrinar, que es lo suyo. Adoctrinar es más fácil que convencer, porque aquellos a los que se adoctrina deben poner de su parte, colaborar con un poco de fe. España ha sido siempre nacionalcatólica, y lo sigue siendo. El nacionalcatolicismo nos ha cortado a su medida, por eso es tan difícil abandonar la dialéctica entre el bien y el mal, entre el hombre de orden y el rojo. Esa dialéctica aquí ha matado a mucha gente, por eso vamos a llamarla maniqueísmo.
La confianza en lo establecido, tan necesaria para formar parte de la sociedad y comulgar con ruedas de molino, es lo que hace falta en este gran plató donde nada es lo que parece. Decía Nietzsche que la apariencia es una enfermedad. Todos estamos enfermos, porque también se nos está adoctrinando con las apariencias. Cualquier niño es adoctrinado desde que nace. Para eso le compramos a los tres años el teléfono móvil. Quizá se haga en todas las sociedades, incluso en todas las culturas, pero aquí realmente el establishment nos trata como a muñecos de guiñol. En nuestra indiferencia existe una desfachatez que legitima la forma en que el tiempo pasa sin consecuencias. No somos culpables de nada, ni tampoco inocentes. Hemos perdido nuestra capacidad de sentir indignación y oponernos a todo. Más aún, si escribir no sirviera para nada, diría que he estado adoctrinando con la redacción de estas palabras.
Me quedo con el único ideólogo que, al menos para mí, ha merecido la pena : D. Alonso Quijano.
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De acuerdo: es una locura considerarlo un loco. Quizá fue el hombre más lúcido de nuestra historia, pero ningún político -ay- lo ha seguido.
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