Esperas sin fin

He hablado con muchas personas en los últimos días, vivas y muertas. Normalmente todos lo hacemos: oímos lo que nos cuentan los que hablan, y escuchamos con los ojos a los muertos, como decía Quevedo. Es decir, leemos.  La lectura es importante, y lo que escuchamos como lectores también. Se trata de acompañar los momentos de soledad de hombres inteligentes. Nada hay más hermoso que eso, excepto enamorarse, que es lo único que realmente vamos inevitablemente a compartir con casi todos los que han pasado por este mundo. El amor es lo más compartido, y lo que hacemos más nuestro. Curioso, ¿no? Sin embargo, hay otro tema que también comparte esos dos rasgos con el amor: la vida como una espera que todos elegimos, a menudo sin saberlo. ¿Qué esperamos? Todo el mundo espera algo. Todos creemos que estamos aquí porque algo nos va a ocurrir. Lo único seguro de esa espera es que lo que esperamos, llegue o no, no va a colmarnos.

            Conozco a gente que consigue logros con los que otros ni sueñan y, aunque todos los envidiamos, siguen esperando. Algo falla en el hombre, en el ser humano. A veces leo aquel cuento ruso: La camisa de un hombre feliz. ¿Existe esa camisa? ¿La lleva puesta el labriego más pobre de la taiga? ¿La felicidad es vivir sin expectativas, vivir con lo más simple? Todo el mundo espera, consume su existencia como si el futuro fuese más importante que el presente y el pasado juntos, porque presente y pasado no son más que una sala de espera, una esperanza, el sueño de que hay algo destinado a cada uno, a todos, que sólo cada uno merece y que sólo cada uno está preparado para comprender. Por eso, cuentos como La puerta verde, de Wells, son tan importantes para entender la vida. Narra lo que le ocurrió a un personaje que, de joven, encuentra una puerta verde en Londres, en una de sus calles céntricas. Entra y halla un jardín parecido a un paraíso, donde conoce a una joven de la que se enamora para siempre. Sin embargo, la puerta verde desaparece del lugar donde estaba, y el joven, que abraza el oficio de la política, se pasa la vida buscándola. La encuentra dos o tres veces más, pero siempre en situaciones en que, desempeñando su oficio, no puede detenerse un momento y volver al paraíso de su juventud. No contaré el final. Unos esperan el éxito, otros el reconocimiento, otros la riqueza, otros el hombre o la mujer de sus sueños, otros la paz, la tranquilidad, la ausencia de dolor, otros la pasión, el movimiento. Tengo la impresión de que la vida consiste en una larga espera que nos lleve a recuperar lo que perdimos en la niñez, o quizá en algún momento previo al nacimiento. Rosebud. Uno vive, y a veces es feliz, sólo porque mantiene el sentido de esa postergación.

            A un lado y a otro de la línea que separa a los que envidian de los envidiados, seguimos esperando. Todos, sin excepción. Seguimos teniendo esperanza cuando cumplimos una edad en que la esperanza ya no existe, como si hubiera, agazapado al borde del camino, un suceso que pudiera encender la bengala de nuestra vida y darle sentido. A los cristianos les encanta la redención, a los pesimistas, el azar. A los cristianos y pesimistas, el purgatorio. Creo que el secreto de la felicidad, de la plenitud, consiste en estar entre los que envidian, no entre los envidiados. Estar con los que tienen todavía muchos libros por leer. El final está lejos, y la vida sigue.

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