Perder el tiempo

Ayer me levanté y en el instante en que moví el teléfono me llegaron veintiocho anuncios de lo más popular del día, que tuve que borrar. Tras el desayuno fui al trabajo, donde no usas tus manos ni tu pensamiento, como si empuñaras las palancas de una cámara de vacío. Todo es ofimático. Vuelvo a borrar publicidad. Ni siquiera intenté leer el periódico en mi periodo de descanso. Sé que todos los periódicos mienten, incluso cuando dicen lo que ocurre, igual que la literatura. Sólo que la literatura no tiene el posicionamiento de verosimilitud que se arrogan los periódicos. Una vez en casa, contesté a una infinidad de correos, dispensándome de no poder prestar atención, de querer ser alguien. Después intenté leer, pero en casa siempre se pone la televisión. La televisión es algo con lo que hay que convivir, aunque no se desee. Es como la Casa tomada, de Cortázar. Antes se podía aspirar a vivir sin voces que no provengan de tu propio pensamiento. Desde que existe la televisión y los ordenadores, todo el mundo se te mete dentro. Vas cerrando las puertas, habitación tras habitación, hasta que, para recuperar tu espacio, tienes que salir a la calle y tirar la llave a la alcantarilla.

            Sin darte cuenta, vas dando permisos a gente que no conoces y que te envía mensajes, a veces más largos que Juego de tronos, que tienes que eliminar de la pantalla. Lo haces con los ojos inyectados en sangre, pero resulta que “lo viral” te llega a través de los amigos, que comentan unas y otras cosas. A los amigos, o conocidos, no puedes decirles que lo viral te la refanfinfla, porque entonces no saben de qué hablarte. No saben que las tonterías no deberían formar parte de conversaciones más o menos interesantes, no voy a decir serias, porque ya no existen conversaciones serias. Desgraciadas sí, superfluas también, pero serias, en el sentido de que planteen la posibilidad de hablar de cuestiones esenciales en la vida, cada vez escucho menos.

            Sin embargo, tienes que dar tu opinión sobre lo que ocurre en el mundo a todas las escalas: local, nacional, internacional, y a veces universal, si hablan de alguna estrella rutilante del cine (por tanto, entre el cotilleo y la astrofísica) que cobra tanto por representar a tal o cual. Además, están los y las influencers, que lanzan sus mensajes quieras o no quieras presenciarlos. Te pasas la vida dándoles a botones, o negándote a comentar mensajes que otras personas les arrancan a las redes sociales y te ponen delante en la comida, o en el momento en que alguien se escandaliza por las fakenews. Tienes que gastar tiempo en rechazar el derecho que los demás tienen a tu privacidad, o a aquello en lo que vas a ceder si quieres tal o cual servicio, que necesitas para usar algo que no necesitas. Todo en la vida de la mayoría viene de fuera, todo es inevitable, en el mal sentido del adjetivo. Todo está hecho así porque alguien piensa que no deberíamos disponer de tiempo para otras cosas. Por tanto, perder el tiempo, perderlo sin contemplaciones, perderlo sin saber que lo perdemos. De eso se trata. Todo está diseñado para que no pensemos en por qué nuestra vida ya no es nuestra.

Ñ

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