La burguesía europea no ha cambiado desde 1850, ni siquiera la pequeña parte que se ha sentido aludida por la Canción de Navidad, de Dickens. Sigue siendo tan corta de miras y tan ignorante que ha creado toda una sociedad a su imagen y semejanza. El fin justifica los medios. De los escritores realistas que han puesto en evidencia lo que todo el mundo acepta sobre el dinero, la posición social y el hecho de que ambos tengan un innegable lastre de imbecilidad, quiero hoy reivindicar la figura de Edith Wharton. La novela burguesa ha arrojado muchas críticas contra su clase, pero nunca con tanta sinceridad, honestidad e inteligencia como la de la autora a que me refiero. Jamás hizo una concesión. Nacida en Nueva York, en el seno de una familia muy pudiente, ha sabido mostrar un retrato de la hipocresía de su clase, y además hacerlo desde el punto de vista de las que más han sufrido esa hipocresía: las mujeres.
Una vez publicados en España sus cuentos, hay tres novelas que me parecen imprescindibles para comprenderla, y que aportan el punto de vista de una mujer. Hay muchas más, pero he de ceñirme a las tres más conocidas y, quizá, más importantes: La casa de la alegría (1905), La edad de la inocencia (1920) y La renuncia (1925). Las tres son denuncias de la falsedad burguesa: la que se observa, o la que sus propias protagonistas adoptan, como último recurso, si quieren seguir viviendo. La hipocresía actual no ha cambiado, ni las instituciones que la sustentan y la protegen. Frente a esto, hemos comprobado ya muchas veces que la literatura no puede estar por encima de ningún interés o conveniencia: no sería interesante.
En La casa de la alegría, Lily Bart no encuentra el momento de aceptar a quien ama, porque ha de evaluar todas las posibilidades restantes que tiene, la mayoría falsas. Al final, deja pasar ese momento y renuncia a su felicidad. En La edad de la inocencia, título deslumbrante y tremendamente irónico, Wharton presenta un mundo donde la inocencia no existe, ningún sentimiento tiene un destinatario, porque los destinatarios han sido instaurados por la sociedad, antes de que surjan esos sentimientos. La renuncia es la novela de Wharton, en mi opinión -y ya sabéis que las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene una-, más comprometida con una situación vital. Ahora todos los libros son de autoayuda, porque nadie que no seamos nosotros mismos va a querer ayudarnos, pero es un libro con una estructura muy meditada antes de empezar a escribir, y con un argumento que resultó escandaloso en su época, y hoy sigue siéndolo, os lo aseguro. ¿Qué haríais si una hija vuestra, recién recuperada, quiere casarse con un joven diez años mayor que ella, que fue vuestro amante años atrás, un amante diez años menor, cuando aspirabais a vivir la vida y a comeros el mundo? ¿Se lo diríais a esa hija, sabiendo que ibais a negarle su felicidad? ¿No se lo diríais, basando en una mentira las relaciones posteriores con ella y teniendo de cómplice a su esposo? Wharton sigue vigente, porque el egoísmo también se mantiene. Es curioso que Rousseau se equivocase tan enormemente en El contrato social: lo que mantiene unida a nuestra sociedad no son las instituciones, las convenciones y el respeto, sino la más absoluta ignorancia de lo que ocurre.
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