Así se le llamó al siglo pasado, al XX. El siglo actual es distinto, y esto lo sabe muy bien la señora Naomi Klein. Vivimos rodeados de publicidad, las empresas invierten cada vez más en ella, absolutamente conscientes de que nadie le hace caso. Nuestro déficit de atención, colectivamente, no da para más. Estamos volviendo a la especie. Lo colectivo vuelve a tener más importancia que lo particular, por eso el arte, cualquier tipo de arte no tiene ya cabida en nuestra sensibilidad. Estamos perdiéndola, en beneficio de una duermevela exenta de moral y de crítica.
Personalmente, si voy a comprar algo que me suena haberlo visto anunciado alguna vez, lo dejo en el estante de la tienda. Querámoslo o no, perdemos un tiempo precioso oyendo mensajes que jamás nos dirán nada, publicitarios y de todo tipo. Pero la publicidad tiene ahora otros objetivos. Klein decía que ya no se compran artículos, sino marcas. Que nos convertimos en hombres anuncios por voluntad propia, y tenía razón. El capitalismo nos ha idiotizado hasta hacer de nosotros eso: tipos que asumen la esclavitud voluntariamente, convirtiéndola antes en liberal, como la denominó Jean-Léon Beauvois. Una esclavitud que es resultado de nuestra libertad. No, la empresa no invierte en publicidad para que compremos sus productos, ni tampoco, ya, sus marcas. Invierte en modelar nuestra mente o, mejor aún, nuestros hábitos: si nos acostumbramos a escuchar el 60% de nuestro tiempo mensajes que no nos interesan, dejaremos de tener sensibilidad para los que sí son importantes: los mensajes políticos, los culturales, los vitales, que sí nos conciernen… Una asfixia mental por exceso, un vaciamiento por hartazgo. Ese es el tubo de ensayo donde nos han metido, o nos hemos metido nosotros mismos. Nunca el mundo económico y el del poder han estado tan aparentemente disociados, y tan unidos en realidad. Como Voltaire con dios, se saludan, pero no se hablan. La publicidad busca más resultados políticos y morales que económicos. Políticos, porque la partitocracia suena exactamente igual que un anuncio de automóviles tras otro. Morales, porque todo lo que se repite -no voy a citar a Goebbels- provoca que huyamos al oasis del ocio, que es un lugar donde no poblamos nuestro tiempo libre ni con un solo pensamiento. ¿Qué es el partido que gana las elecciones sino la empresa que mayores beneficios obtiene? Los impuestos, claro.
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