Delitos y penas

La revolución tecnológica nos ha traído muchos retrasos, y un desarrollo evidente: el del dedo índice, que es con el que se señalan todas las cosas, el dedo con que se acusa y con el que se delata. El antiguo beso de Judas, pero sin tener que sobar demasiado a aquel del que queremos librarnos. Eso crea una distancia que empieza a no importarnos, a no dolernos. Con el dedo índice sobre el ratón, o sobre el ThinkPad,  es posible matar a la gente sin cometer ningún acto delictivo. Basta con cortar la comunicación. También es posible acosarla con un automatismo, como el de las puertas de los garajes, de envío masivo de insultos que crea la inteligencia artificial. En la tecnología somos siempre inocentes, igual que Van Gogh poniendo sus colores en el lienzo, pero también siempre víctimas.

            Los que realmente han avanzado vertiginosamente con la tecnología son los delitos. Los grandes delitos suelen tener un refugio en el que son intocables. Ese refugio es la impunidad. Ahora te ponen un código QR en el coche y te dicen que le han puesto una multa por estar mal aparcado. Cuando lees el código, para enterarte de la cuantía de la multa, te clonan el móvil y se hacen con todas tus cuentas bancarias y las claves para acceder a ellas. Ante todo esto, la justicia duerme como el dragón sobre su lecho de monedas de oro. Alguien te vacía la cuenta, y la policía quizá descubra que el autor ha operado desde algún pueblo de Novaia Zembla, con una wifi colocada en la cabeza de un león marino. Es un síntoma no de que el mal es más listo que el bien, sino que es mucho más listo que quien tiene que perseguirlo y meterlo en la pila de agua bendita.

            Detrás de todo lo que se inventa hay un propósito, una mentalidad. Actualmente, han cortado el cordón umbilical que nos unía al modo en que la tecnología iba a hacernos la vida más fácil, porque lo que realmente querían era estafarnos. Cuando damos nuestros datos en un organismo oficial, en una tienda, para que los cursen como si ese tratamiento fuera inocuo, resulta que son datos que van a venderse para someternos al oleaje eterno de publicidad al que actualmente nos someten. Vivir es estar tendido en una playa en la que no puedes hacer nada, excepto oír el rumor casi inapreciable del tiempo que pierdes. Tal es el individuo que ha puesto la modernidad en el mundo. Un individuo inconsciente que ignora lo que le ocurre. Si lo supiera, lo único que podría hacer es presumir en Facebook de lo feliz que es siendo un imbécil.

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