Lo ocurrido en la Biblioteca Nacional con las últimas tormentas no añade nada nuevo a lo que ya sabemos. Que se anegue, tras una obra de impermeabilización que costó dos millones de euros, no es una desgracia. Es un síntoma. De nuevo, al igual que está ocurriendo con la educación y la sanidad, los políticos son incapaces de gestionar, prever riesgos, ni siquiera mantener activas las instituciones importantes de nuestra cultura. ¿Por qué se le encomienda a esta gente una simple biblioteca, o un hospital, o un museo? Yo no les encomendaría ni el riego de un geranio. Ya lo decía Baudelaire: “Todo lo que el estado alienta, muere”.
El diluvio de la biblioteca, de cualquier biblioteca, no es más que el resultado de lo que están haciendo desde hace mucho tiempo: invalidar, por incomprensible, por inútil, la educación, que es la que nos lleva a los libros. Los últimos sistemas educativos han conseguido que el Cantar de mío Cid aburra, que la Tragicomedia de Calisto y Melibea parezca escrita en arameo, que El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha haya que verlo en serie de dibujos animados. Son obras escritas en otro tiempo, no escritas con otro valor que el que tienen. Los sistemas educativos para monos Rhesus, que los legisladores han vuelto dogmas de fe, han conseguido quitarles el sentido que tenían, y despreciar el lenguaje en que están escritos. Aburren a los alumnos, y empiezan a aburrir a los educadores que tienen que mostrar lo que esos textos contienen.
Así que no es extraño que la Biblioteca Nacional se anegue. La anegan con las aguas residuales del Congreso de los Diputados. Es lógico: los libros que ha producido el castellano son ya inaccesibles para la educación que se imparte en las escuelas, y los que actualmente se publican en España ya no dejan rastro, así que no es necesario guardarlos. La Biblioteca Nacional terminará siendo una piscina de waterpolo, o una sauna con sus piedras calientes y sus hojitas de eucalipto donde los políticos del Congreso, y los gestores culturales al servicio de lo más leído, vayan a conversar sobre lo difícil que les resultó entender, cuando eran niños, aquel vídeo del Pollito Pío Pío.