Hace unos días salió a la luz el testimonio de la directora del IES Al-Qázeres, que dio con motivo de la recogida del premio 8M a la promoción de la igualdad de géneros, que otorga el Consejo Sectorial de la Mujer del Ayuntamiento de Cáceres. La directora advirtió de que “asistimos con preocupación a discursos y actitudes en nuestro alumnado que creíamos superados, y nos encontramos en una lucha a menudo desigual contra la desinformación y los discursos a veces insensibles e insensatos de youtubers, tik-tokers, influencers y streamers que corren como la pólvora”. Como docente, he sostenido durante años que la educación está en las trincheras, sometida a una guerra de resistencia, que la sociedad está en manos de ignorantes, entre ellos los políticos que empujan al alumnado hacia las redes sociales, y que el proceso educativo se hunde sin remisión por varias razones: al profesor se lo ha despojado de la libertad de cátedra, libertad ahogada por la burocracia, y ahora educan el pedagogo y el psicólogo, porque los problemas del alumno, problemas que se suponen desde el momento en que entra en la escuela, son más importantes que su inserción en un proceso de conocimiento. Si la educación tuviera, como los icebergs, cinco sextas partes sumergidas en el agua, éstas serían los errores políticos, los intereses empresariales, la incapacidad de adaptación del alumno, originada por la obligatoriedad de asistir a la escuela de gente que no quiere ir, la falta de autoridad del profesor y la reticencia de los que dirigen la educación a contar con los únicos que podrían afrontar tales problemas, es decir, los educadores. Cuando se divulgan los resultados del informe PISA, de ninguno de estos problemas ocultos se habla en el Congreso.
Los temas de acoso o la reaparición de las ideas machistas (añádase a ello el crimen, que acaba de reaparecer en el piso de Badajoz donde cuatro menores tutelados han matado a quien los tutelaba) no pueden frenarse en el marco en el que nos movemos, por una razón evidente: no se quiere, se mira a otra parte. Para hacerlo habría que gestionar la educación, y los políticos son incapaces de hacer eso. La privatización de la enseñanza es una buena prueba de esta incapacidad: se da a los padres “la libertad” de elegir centro educativo, normalmente privado, para salvar a sus hijos de los que no quieren estar en la escuela, pero se les fuerza a ello. De hecho, el conocimiento cada vez tiene menor importancia en el sistema en el que entran. El conocimiento se ha politizado, por eso las redes sociales, con omnímodo poder para idiotizar, tienen mucho más peso en la juventud actual. A ningún partido le importan los problemas educativos, porque el Congreso es un sindicato de biempagados. Este país está obligado, sin embargo, a poner sus ojos en la educación si realmente aspira a tener un futuro inmediato.
La directora del IES Al-Qázeres ha avisado de lo que ocurre. Lo he dicho a menudo: en España van a perderse varias generaciones con las últimas reformas del sistema educativo. Enseñar y aprender ya dan igual. Vamos a la cola de Europa, y la política practica desde hace decenios una huelga de brazos caídos. Creo que los alumnos a los que no les interesa aprender están, en la ley, muy por encima de los van a la escuela para formarse. Las preocupaciones de la política no son educativas. Los políticos no están ahí para eso, están para obedecer consignas y para medrar, como Julien Sorel. Treinta años después de la LOGSE, hay que aceptar que los políticos no están preparados para casi nada. Les es imposible mirar al bien común. Para ello necesitarían poner atención, y son los que más déficit de atención padecen. La educación sigue hundiéndose, y en la guerra entre inútiles e indiferentes, la ciudadanía española sigue eligiendo entre mirlos y abubillas.