¡Está lleno de estrellas!

Estoy convencido de que la única especie que no se halla en peligro de extinción es la de influencer. En eso superan a las cucarachas, que pronto, comiendo nuestra basura, dejarán de existir gracias a los aditivos, y se quedarán en nuestra cultura pop como tonada de canción mexicana. Los influencers no morirán nunca, por muchos aditivos que coman. Ellos son un aditivo, porque el aditivo es el símbolo de nuestra era. Viven en una pantalla. Su pantalla es su féretro, como el del Cristo al que van a enterrar en los pasos de viernes santo. Cierto que algunos influencers mueren posando en los rascacielos de Abu Dabi, porque son incapaces de derrotar a la fuerza de la gravedad, con el móvil en la mano con la que no se agarran a la barandilla. A veces corre la voz de que alguno, o alguna, ha dicho algo importante, pero no se les da excesivo crédito a esos rumores.

Dicho lo anterior, es necesario hablar de sobre quiénes influyen los influencers. Influyen en la gente que quiere ser como ellos: los followers. Esas aspiraciones los followers las han tomado de las redes sociales, y también de la Educación Secundaria Obligatoria. En esa educación, que conduce irremediablemente al éxito, es una tendencia viral. Viral es un adjetivo que ya no se refiere sólo a los virus, también a las bacterias. Y hablo de tendencia porque si dijera una asignatura nadie la estudiaría. Sólo se requieren tres condiciones para ser un follower: no leer algo más complicado que Los tres cerditos, comer comida basura a escondidas, es decir, sin que nadie te haga fotos mientras lo haces, y tener un novio o novia con quien sólo puedas discutir acerca de quién de los dos ha subido más vídeos a Tik Tok. Aquí no vale el número que arroja la plataforma, porque unos son mejores que otros. No es lo mismo bailar disco que reggaeton. El o la influencer tiene que aceptar un planteamiento irrenunciable: jamás se guardan secretos. Hay que contarlo todo. Si no, qué clase de influjo iba a ejercerse, y sobre quiénes. Las multitudes de followers son de lo más activo que hay: nunca saben qué pintalabios ponerse, o cómo teñirse el pelo. Algunos seguirán sin saberlo, aunque les roben el bote de pintura a Michelángelo, porque si aprenden algo dejan de ser lo que son.

            Una vez asentadas estas bases, el influencer y el follower se convierten en inseparables. Uno representa a la marca que le paga, el otro al que lleva siempre esa marca en su atuendo, o sobre su piel. Son algo así como la cara y la cruz de la misma moneda, aunque si son de monedas distintas tampoco importa. Lo esencial es que se trate de monedas de curso legal, más aún bitcoin. Los followers son los únicos que ahora son entrevistados en televisión. A veces, esperan durante días y noches a las puertas de los conciertos de Taylor Swift. A veces, aguardan durante legislaturas enteras, en el Congreso, a que llegue la votación decisiva, para darle al botón equivocado o, peor aún, al correcto. Es la gente más exclusiva que existe. Nunca salen de la web, y son los únicos que siempre admiran lo que ven en ella. Igual que al Bowman de 2001, o a los Coldplay, les gusta exclamar, llenos de admiración sincera: ¡Está lleno de estrellas!

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